Seamos prudentes y búsquense los acuerdos, los consensos. Si fuimos capaces de lograrlos en la Transición en temas mucho más fundamentales –nada menos que la Constitución de 1978– deberíamos serlo ahora en este tema interterritorial del Trasvase que es esencial para una gran región mediterránea. Que los elementos políticos o de otro tipo no enturbien lo que debe ser un debate exclusivamente científico y económico.
El agua, un recurso básico y un derecho humano universal. Por Jaime Lamo de Espinosa
Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.
Querido lector:
Hace muy pocas semanas, el 22 de marzo, celebrábamos en el mundo entero el Día Mundial del Agua. Hace una década Naciones Unidas declaró el agua como recurso básico y derecho humano universal. Y desde que los estudios y análisis del cambio climático van a más y se abandonan progresivamente las posiciones negacionistas, el tema del agua como recurso escaso, necesario y vital crece en intensidad y en el análisis de su gobernanza. Y estos nuevos análisis nos llegan con ideas y enfoque innovadores, diferentes a lo que ha sido más habitual y frecuente en nuestras consideraciones y está comenzándose a ver un cambio profundo en la base de nuestros estudios y en nuestras conclusiones. En suma, se va abriendo un nuevo paradigma que pone en cuestión mucho de lo avanzado hasta ahora, con razón o sin ella.
Hace poco, Máximo Torero, economista jefe de FAO, nos recordaba que pese a que el planeta está cubierto de agua su acceso no está garantizado, sólo un 2,3% es dulce y solo un 0,3% es accesible a la población. He ahí, pues, el problema central. Pero sobre esas cifras pesan ahora otras. El calentamiento global hace progresar la escasez hídrica, y la demografía creciente junto a la concentración urbana y el desarrollo socioeconómico acentúa la demanda y por tanto estrecha el balance oferta-demanda de este recurso progresivamente escaso. En suma se acentúa el estrés hídrico y por eso 2.200 millones de personas carecen de este recurso vital en el mundo.
Y cuando estas cuestiones se abordan, enseguida se pone el acento sobre los regadíos. Dado que se estima que un 70% de las aguas se usan para riegos y producciones agrícolas, que también son necesarias para alimentar a esa población creciente antes descrita. No olvidemos que el regadío aporta el 64% de la PFA española, es decir unos 16.000 millones de euros por año. Por eso recomiendo vivamente leer el libro de diez expertos coordinado por el profesor Julio Berbel “Externalidades positivas del regadío” (Ed. Fenacore) y que presentó recientemente el ministro Planas junto a Andrés del Campo, presidente de Fenacore.
Frente a esas aguas dulce de origen natural –ríos, lagos, acuíferos, etc.– las plantas desalinizadoras existentes –unas 16.000 en el mundo– solo son capaces de aportar unos 100 millones de m3/día. A su favor, que el recurso de agua salada es ilimitado. En su contra, que el coste energético de su desalinización es alto, inapropiado para ciertas actividades y causante de emisiones de gases de efecto invernadero. Hay que pensar, al unísono, en recursos convencionales (embalses, trasvases) y no convencionales (desaladoras, aguas grises, reutilización de residuales, aguas pluviales, etc.).
El mercado, pues, condiciona esta aparente gran solución. Y en consecuencia, el “valor del agua” –valor y precio, recordemos a Adam Smith–, que es el lema escogido para este Día Mundial del Agua, será la clave para la resolución de este problema. El agua ha cobrado ya tal valor que su precio ha entrado en las bolsas en forma de fondos específicos, temáticos, sobre este recurso. En las industrias del agua el primer fondo fue Pictet Water de la gestora suiza Pictet Asset Management con una alta rentabilidad. Y el primero español Panda Agriculture & Water Found.
Es, pues, preciso adoptar una nueva fórmula de enfoque de este problema. La huella hídrica (Arjen Hoekstra) de España es de unos 2.325 m3/hab/año muy semejante a la de EE.UU y somos el octavo país del mundo en este índice. Pero cuanto más se acentúa nuestra huella hídrica más lo hace a su vez el estrés hídrico. España es el país europeo con mayor tendencia al estrés. La tecnología, la digitalización, etc., deben servirnos para reducir nuestros consumos unitarios de agua –como ya se está haciendo en toda España– para combatir el estrés hídrico. Hay que reutilizar el agua que en Europa solo representa el 2,4% de las aguas depuradas. Somos el país con mayores pérdidas en nuestras redes de distribución (25% frente a Holanda con un 5%). Otros estiman esas pérdidas en cifras más elevadas, 30-40% (Schneider Electric Iberia). Madrid y el Canal de Isabel II son un ejemplo positivo para toda España.
Pues bien, en este crucial problema global se está produciendo ahora en España un debate que, creo yo, no ayuda a la resolución del problema que pretende abordarse. Un debate, el del agua, que me ha interesado siempre por lo que escribí hace cuatro años un libro titulado “El agua en el mundo – El mundo del agua” en la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras. Y un debate que hoy se ha abierto nuevamente con especial referencia al trasvase Tajo-Segura, una obra emblemática y cuyos efectos positivos en la agricultura mediterránea y en la exportación de frutas y verduras es indiscutible.
Recientemente el Consejo Nacional del Agua, órgano vinculado a la Transición Ecológica y al Reto Demográfico, ha emitido un informe proponiendo la modificación de las reglas de explotación del trasvase. Leo que el Gobierno y Castilla-La Mancha pactan reducir a la mitad el trasvase pues al recorte de los 80 hm3/año de los envíos mensuales se añadirían otros 70 hm3 del aumento del caudal ecológico del río cedente, lo que restaría a Murcia y Alicante unos 150 hm3/año. Al tiempo se está trabajando sobre el Plan Hidrológico de la parte española del Tajo, que fijará los caudales ecológicos de las masas de agua superficiales de dicha cuenca. Sobre ello también hay sus discrepancias. Y se teme un encarecimiento de un 22% en el coste del agua. En el fondo se aprecia una intención difusa pero firme de ir cerrando el trasvase para siempre.
Y es por ello que regantes, exportadores, OPAs, cooperativas, etc., de la región del Mediterráneo Sur han enviado una carta conjunta de muy diferentes organizaciones agrarias al presidente de Gobierno manifestando su disconformidad y pidiendo la paralización de cualquier acuerdo que modifique el estatus actual, si no existe consenso. Y parece natural la petición. Es mucho lo que se juega en esa franja murciana-alicantina en términos de empleo, producción agraria, sostenibilidad, lucha contra el vaciamiento, exportación, corredor Mediterráneo, etc.
Se ha opuesto también la Comisión Técnica del Agua de la Diputación de Alicante. También el Gobierno valenciano ha declarado como “irrenunciables” los intereses de los regantes alicantinos. Y Andalucía (Carmen Crespo) ha anunciado que no se quedará de brazos cruzados ante esta cuestión. Y el tema puede acabar en una batalla judicial ante la UE si se va más adelante y se recorta el trasvase. Todo esto me ha recordado una frase evocada por Swyngedouw (2004) cual es la concatenación entre “flujos de agua y flujos de poder”. Feo asunto.
Por favor, seamos prudentes y búsquense los acuerdos, los consensos. Si fuimos capaces de lograrlos en la Transición en temas mucho más fundamentales –nada menos que la Constitución de 1978– deberíamos serlo ahora en este tema interterritorial del Trasvase que es esencial para una gran región mediterránea. Que los elementos políticos o de otro tipo no enturbien lo que debe ser un debate exclusivamente científico y económico.
Como he escrito muchas veces, la agricultura española será de riego o no será.
Un cordial saludo