Comienza 2022 con una sequía muy preocupante. Por Jaime Lamo de Espinosa

Comienza 2022 con una sequía muy preocupante. Por Jaime Lamo de Espinosa

Esta sequía, de proseguir hasta la primavera, es grave para los secanos y pone en serio riesgo los regadíos. Los rendimientos pueden caer entre un 60% y un 80% según las OPAs. No olvidemos que España es el primer país de Europa en superficies de riego, unos 3,8 millones de hectáreas. Una nueva Gobernanza del agua es necesaria. Pero que no penalice los regadíos sino que los impulse y asegure.

Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural

Querido lector:

Hemos comenzado este año 2022 sufriendo por la sequía debida al cambio climático. Parece que el bloqueo anticiclónico provocado por La Niña es una posible cau­sa. Y esta sequía es ya muy preocupante. Los mayores que vivieron –vivimos, yo también soy mayor– en décadas anteriores o incluso en el siglo pasado sequías relevantes la contemplan como algo natural que sucede de vez en vez, mientras que otros lo vemos como algo que ahora llega de la mano del cambio climático. Un cambio que se viene moviendo entre el ne­gacionismo, primero, el escepticismo, des­pués, y la desinformación más tarde.

El escepticismo sobre el cambio climático ha desaparecido y su reafirmación se ha consolidado. Filomena y las anómalas temperaturas de todo el pasado año y del tiempo de Navidad y fin de año, así lo hacen ver. Hemos sufrido calores cuando antes había fríos –sobrecalentamiento–, po­tentes inundaciones –véase el Ebro aho­gándose mientras el Segura sufre– fru­to de fuertes lluvias en muchas zonas de Es­paña. Hemos vivido momentos de calor extremo en meses de frío tradicional. Por eso, el negacionismo ha desaparecido prác­ticamente. Hoy todos creemos en este cambio antropogénico ratificado por la COP26 de Glasgow. Por eso el tema del año va a ser y será cómo mitigar los efectos del cambio climático y el papel sufridor de la agricultura, la ganadería y los bosques en esta batalla.

Desde 1900 nos han desaparecido el 70% de los humedales, ese proceso pue­de acelerarse en circunstancias de sequía permanentes como la que sufrimos en los últimos meses, pues ha llovido un 36% menos que la media anual normal (el año hidrológico comenzó el pasado 1 de octubre). Este primer tercio de año está siendo el segundo más seco en lo que va de siglo. Los pantanos, lejos de llenarse, se están vaciando. Solo en siete ocasiones los pantanos han estado más bajos que ahora. Y según AEMET la primavera será menos lluviosa y con temperaturas más cálidas que lo normal.

Las reservas de agua eran a mediados de este mes del 44,8% (25.131 hm3), 15 puntos menos que la media de los últimos diez años. (Y, por cierto, no debería agravarse vaciando pantanos y embalses para obtener energía eléctrica a bajo precio). El Guadalquivir se ha convertido en el punto negro, pues sus pantanos están al 28,6%. Pero el pantano de La Serena, sobre el Zújar, el más grande de España, está solo al 15%. Y está ocurriendo lo mismo, por razones de se­quía, en la zona catalana donde sus pantanos están al 56% frente al 85% del pasado año. Y emergen pueblos al descubierto como Carecedo (Orense), que muestran ahora su vieja estructura, calles, iglesias… Y estas sequías, que antes eran co­yun­tu­rales, ahora debemos contemplarlas como algo estructural, como un problema que hay que abordar y resolver. Este cli­ma cambiante, generó ya el año pasado unas indemnizaciones de 722 millones de euros en seguros agrarios, la mayor cifra en los últimos cuarenta años. En 2022 la cifra será, probablemente, mayor.

Esta sequía, de proseguir hasta la primavera, es grave para los secanos y pone en serio riesgo los regadíos. De seguir así los rendimientos pueden caer entre un 60% y un 80% según las OPAs. No olvidemos que España es el primer país de Europa en superficies de riego, unos 3,8 millones de hectareas, de las cuales 1,3 millones se rie­gan por gravedad o aspersión (habrá que cambiar esta orientación), y el resto, casi 2,5 por riego automotriz o localizado. Pero somos el tercer país de Europa con mayor estrés hídrico, con casi dos tercios de su territorio con riesgo de desertificación, con una temperatura media creciente, lo que favorece la evapotranspiración, y con unas redes de distribución con pérdidas del 16-18% del agua distribuida. Y una Directiva Agua europea que se va in­cumpliendo por lo que somos sancionados con más de 50 millones de euros acumulados. España flaquea en el tratamiento de aguas residuales.

Y hay dos sectores especialmente sen­sibles a esas carencias de agua: la agri­cultura, que consume alrededor del 60% y el turismo, cuyas necesidades son al­tísimas (unos 500 l/turista/día frente a 130 l/día de un ciudadano normal). Ello obliga a que el sector que más consume, haga el mayor esfuerzo en ahorro de sus consumos, no eliminando regadíos, eso nunca, sino modernizando sus técnicas. El riego a manta y por aspersión de­ben desparecer. Úsense los Fondos Eu­ropeos para esta finalidad. Ya. Porque el agua es un recurso esencial para ambos sectores, claves por sus saldos comerciales altamente positivos y crecientes. Y el 70% del consumo de agua para turismo se produce en el litoral mediterráneo… sí, donde también se sitúa la “huerta de Europa”.

El campo, el medio rural, ve como se se­can día a día sus tierras, afectando a sus siembras, a su arbolado, a sus floraciones, al desequilibrio entre insectos polinizadores y aquellas, a sus futuras cosechas. Y los ganaderos extensivos ven cómo desparecen los pastos en medio de montes que son secarrales. Y mientras su­fren pensando en la falta de producto futuro, ven cómo los precios de sus inputs, de sus Consumos Intermedios (piensos, fertilizantes, energía eléctrica, etc) crecen día a día y mantienen grandes diferencias respecto a sus costes de hace dos o tres años. Y lo peor es que los meteorólogos no prevén cambios climáticos inmediatos. Las altas presiones parecen apuntar incluso hasta la primavera. Quiera Dios que yerren. En algunos pueblos se ha vuelto a las viejas costumbres de sacar a sus santos de sus iglesias y procesionar tras ellos pidiendo la lluvia.

Son necesarias nuevas inversiones en aguas. En residuales y en nuevas canalizaciones. La administración pública debe au­mentar sus licitaciones respecto a antes de la pandemia y en los Presupuestos Ge­nerales del Estado consignar más financiación a partir de los fondos Next Ge­neration. Ya Bruselas nos advierte que la inversión privada española debe ser de unos 25 M€ entre 2020 y 2030 en depuración de aguas residuales y agua potable.

Y no se debe pensar en reducir las asignaciones de agua. En un país como Es­paña la austeridad hidrológica es una especie de suicidio anunciado. Es justo el camino contrario el que debe ser fijado. Ese camino más parece orientado con el ánimo de recortar el trasvase Tajo-Segura, que últimamente parece ser objeto de una cierta inquina poco razonada, que de un razonamiento económico lógico. Y parece olvidarse que ese trasvase nació antes de la II República de la mano de Lorenzo Pardo, fue incluido en el Plan Nacional de Obras Hidráulicas de 1933, sigue durante el franquismo y se inaugura durante la Transición. Es una política y una obra de Es­tado.

Y la sustitución de agua por más agua desalada, solo sería aceptable si el coste de esta fuera permisible para seguir manteniendo cultivos y rentabilidades en aquellas zonas que se vieran afectadas. Poner en peligro la “huerta de Europa” sería un verdadero disparate. Limitar el trasvase en los nuevos planes hidrológicos sería un atentado a miles de agricultores que han invertido en el desarrollo de ese magnífico triángulo verde. Insti­tu­cio­nes de tanto prestigio como Fenacore o Fer­coreva presididas cada una de ellas por Andrés del Campo y por José Andújar, respectivamente, con inmensa eficacia y razón, están haciendo una inmensa labor en su defensa. Andújar decía recientemente: «El turismo y el progreso vinieron con el agua que transformó en riqueza el secano. Lo contrario es volver a la pobreza». Es una seria advertencia.

España es una Nación –con mayúscula aparece en la Constitución– con una permanente crisis de agua que en años de sequía se acentúa notablemente. En el XIV Foro de la Economía del Agua celebrado en Santiago de Chile el representante de Naciones Unidas afirmó que la crisis del agua es “más bien una crisis de Gobernanza”. También en España, sin duda. Y ello exige una go­bernanza del agua que tal vez deba ser diferente de las practicadas hasta ahora. Y desde luego habrá que abandonar los criterios territoriales para clamar “esta agua es mía”, porque el agua de todos los ríos de España es de todos los españoles, no de aquellos que habitan en los territorios por los que discurre cada cauce. Y esta manera de pensar es la constitucional y la que está en la Ley de Aguas. Ya nos decía Joaquín Costa “La política hidráulica –gobernanza diríamos hoy– es la expresión sublimada de la política agraria y generalizando más, de la política económica de la nación” (1903).

Según el portavoz de AEMET “los periodos secos se están alargando mientras que los episodios de lluvias torrenciales son cada vez más intensos y frecuentes”. Tal vez habría que pensar en modernizar los regadíos de manta o de aspersión, más embalses de tamaño medio para aprovechar las lluvias torrenciales, usar la desalada en sustitución solo cuando su precio no impida la rentabilidad de las explotaciones, nulo aprovechamiento para energía salvo casos muy excepcionales e interconexión de cuencas. Pién­sen­lo…

Una nueva Gobernanza del agua es necesaria. Pero que no penalice los regadíos sino que los impulse y asegure.

Un cordial saludo

 

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