Día Mundial del Agua: un mundo sin hambre será de riego o no será. Por Jaime Lamo de Espinosa
El regadío, que solo representa el 22,5% de la superficie cultivada en España, genera el 65% de nuestra Producción Final Agraria. Es la clave del éxito de la moderna agricultura española.
Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.
Querido lector:
El 22 de marzo celebramos el Día Mundial del Agua, como venimos haciendo desde 1993. Y este año coincide con la Conferencia de la ONU sobre el Agua, un año de compromisos. Pero sin duda alguna, las razones para considerar tal fecha se han ido acentuando pues el agua hoy se ha convertido en un gran problema a la par que un gran objetivo de la humanidad, tanto más cuanto que la Agenda 2030 fijó como Objetivo 6 (ODS) “Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos”. Y acabamos de pasar un año de extraordinaria sequía en el mundo. La escasez de agua no es algo nuevo. Es legendaria. Pero el problema se viene acentuando desde hace años. Y tal parece que el cumplimiento de dicho objetivo para el año 2030, hoy se percibe como inalcanzable. Y además la Agenda es en muchos puntos claramente contraria a la agricultura y sobre todo a la ganadería.
Vale la pena dedicar unas reflexiones al problema del agua en el mundo, tan ligado a la demografía, a los alimentos y al hambre. Y otras, al agua en España, a sus regadíos y a su potente agricultura exportadora. Porque ahora, hoy, tenemos que movernos entre la antítesis, sequía y riegos, necesarios para satisfacer el hambre. Solo el agua es la solución del hambre. Pero el agua es precisamente el problema de los momentos presentes desde que se nos hizo duramente patente el cambio climático.
Hoy están severamente afectados muchos grandes ríos del mundo, el Colorado, el Danubio, el Rhin, el Elba… grandes presas se ven secas, como la Hoover en EE.UU., y muchas otras que podríamos citar… en los viejos ríos europeos han aparecido las famosas “piedras del hambre” que llevan la inscripción de “si me ves, llora” y que datan de hace más cinco siglos, solo se ven cuando los ríos se desecan y esas piedras anuncian hambrunas… Porque el agua alimenta el mundo. Y por ello es preciso plantearse cómo aprovechar el agua al máximo.
El agua es más que el oro porque es fuente de vida, pero no hay agua suficiente para una humanidad que ya sobrepasa los 8.000 millones de habitantes y crece sin parar. Porque esa población necesita alimentos y estos son inconcebibles sin las tierras de riego. De cara al futuro, FAO prevé que casi el 8% de la población mundial seguirá pasando hambre en 2030. Se trata de una cifra similar a la de 2015, cuando se estableció el objetivo de acabar con el hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición para finales de esta década en el marco de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Y la alimentación es la vida porque la vida es lo que comemos.
Según Naciones Unidas, hoy tres de cada diez personas carecen de acceso a servicios de agua potable seguros; la escasez de agua afecta a más del 40% de la población mundial y se prevé que este porcentaje aumente; más de 1.700 millones de personas viven actualmente en cuencas fluviales en las que el consumo de agua supera la recarga; más del 80% de las aguas residuales resultantes de actividades humanas se vierten en los ríos o el mar sin ningún tratamiento, lo que provoca su contaminación. ¡Hay que actuar!
La agricultura de regadío representa solo el 20% de la tierra cultivada pero aporta el doble, el 40% del total de alimentos producidos en el mundo. Es el gran instrumento contra el hambre. Hoy se riegan en el mundo unos 350 millones de hectáreas y la FAO calcula que las tierras de regadío en los países en desarrollo se incrementarán en un 34% para 2030, aunque el agua utilizada crecerá tan solo un 14% gracias a la mejora de la gestión y las prácticas de riego eficiente. El agua es, por tanto, el recurso básico para garantizar la seguridad alimentaria. No se puede prescindir de los regadíos.
Así como hace años repetí la frase “la agricultura española será de riego o no será”, hoy afirmo que “un mundo sin hambre será de riego o no será”. En suma la seguridad alimentaria mundial, el no hambre, debe ser la gran prioridad ética y económica del futuro y ninguna limitación debería impedir este objetivo. Y ello porque la alimentación es un derecho fundamental de los pueblos.
Miremos ahora hacia España, un país de tierras regadas desde los árabes hasta hoy. Jovellanos, ya en el siglo XIX, desde la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, nos advertía: “España nunca será grande mientras las aguas de nuestros ríos se pierdan en la mar”. Y Joaquín Costa, un siglo después, nos reclamaba “muchas acequias y canales y pocos ríos caudalosos”. Ese consejo sigue vigente pues el estrés hídrico de España no se ha reducido.
España es hoy el primer país de Europa y el noveno del mundo en superficie de riego con 3,8 millones de hectáreas, con uno de los regadíos más eficientes, sí, más modernizados del mundo. Se ha reducido el uso del agua en más de 3.000 m3/ha en los últimos 25 años y hay ya 3 millones de hectáreas de riego modernizado, lo que supone un 79% del total. Un regadío muy basado en aguas subterráneas desde que, siendo ministro de Agricultura Fernando Abril, y yo su subsecretario, se aprobó el Real Decreto de fomento de los regadíos privados.
Pero el regadío, que solo representa el 22,5% de la superficie cultivada en España, genera el 65% (!!!) de nuestra Producción Final Agraria. Es la clave del éxito de la moderna agricultura española. Y por eso gozamos de un poderoso Sistema Agro-Alimentario (SAA) que se ha situado ya en el PIB y en cifras de exportación superavitarias en posiciones análogas a Bienes de Equipo que hubieran parecido imposibles hace décadas. Y ello porque nuestra agricultura de exportación ha crecido sin cuento merced al riego.
Decía el famoso hidrogeólogo Ramón Llamas que “en el mundo no falta agua, falta imaginación”. Pues bien, hoy las soluciones imaginativas al problema de la lucha por el agua futura son, al menos a mi juicio, las siguientes: 1) los trasvases que lleven las aguas desde zonas de abundancia a zonas de escasez; 2) la desalación de agua de mar para usos urbanos, turísticos o agrícolas, si ello es posible; 3) la depuración de aguas residuales para diversos usos; 4) el mejor y mayor aprovechamiento coyuntural de lluvias y torrenteras pese a la mayor irregularidad de estas y 5) la máxima eficiencia en el uso del agua de riego. Examinémoslas brevemente.
Los trasvases son una figura común en España, aunque siempre discutida. Hoy existen numerosos y funcionan con gran eficacia. Las aguas no son territoriales son de la nación. Pero quizás la mejor solución es la que ofreció hace años el ministro Josep Borrell cuando pedía una red de trasvases entre cuencas que pudieran, según las épocas y la coyuntura hidráulica, trasvasar aguas desde cuencas excedentarias a las más deficitarias. Sería una gran obra para realizar. Más esencial hoy bajo el cambio climático que hace años. Debe estudiarse. Y no deben ponerse objeciones ni limitaciones a las tierras que se riegan mediante trasvases como son las del Tajo-Segura, cuyo recorte no es comprensible y menos aún basándose en los caudales ecológicos que no están en la Directiva Marco del Agua (DMA). Al contrario, esas tierras deben ser ayudadas e impulsadas manteniendo a tope dichos trasvases.
Otra solución a la escasez de agua potable es la desalación del agua marina. Esta ocupa la mayor extensión del planeta. Y esa agua es susceptible de ser desalada con costes asumibles, aunque solo para algunas actividades, no todas. Hoy en todo el mundo hay ya unas 18.000 plantas desalinizadoras que producen más de 100 millones de m3/día de agua potable. Pero consumen muchísima energía y el coste del m3 desalado es muy elevado y además generan un enorme volumen de salmuera altamente contaminante.
España ha invertido mucho en desalación de aguas marinas y salobres desde que en 1970 se instaló la primera planta desalinizadora en Gran Canaria (MSF) de 18.000 m3/día, en 1980 una segunda del mismo tipo y en 1990 entró en funcionamiento la mayor planta de ósmosis inversa en Las Palmas (Las Palmas III) (36.000 m3/día). Somos el quinto país del mundo en capacidad instalada, tras Arabia Saudí, EE.UU. y Emiratos Árabes Unidos, pero solo el 9% de la demanda de agua nacional procede de esta tecnología. Las que se destinan al riego se sitúan preferentemente en Canarias, Almería y Alicante. La de mayor dimensión para suministro urbano fue la de Prat de Llobregat (Barcelona).
Pero los costes energéticos reales, en alza desde el conflicto con Ucrania, acentúan la imposibilidad de usar tales aguas en agricultura. Llevar 1 m3 de agua del Tajo al Segura exige 1,21 kW/h pero la producción de ese mismo m3, vía desaladora precisa un consumo de 4,3/4,6 kW/h. Hoy, en la mayor planta, la de Torrevieja, producir 1 m3 de agua desalada cuesta 1,20 € aproximadamente. Aunque el Gobierno acaba de aprobar un precio para los regantes del Segura de 0,327 €/m3 con efectos retroactivos a enero y con vigencia de diez años. Esto calmará sin duda muchas inquietudes. Es una muy notable subvención que espero no sea discutida por la UE… en esos diez años.
En tercer lugar, debemos considerar la depuración de aguas residuales que es una asignatura pendiente en España y varias veces advertida desde la propia UE en virtud de la DMA, del año 2000, que es básicamente medioambiental. Hoy las pérdidas reales en nuestras redes públicas de abastecimiento urbano se estiman en un 15,7% del total de agua suministrada e incluso el 60% en algunas localidades. Es, por tanto, necesario plantearse como gran objetivo la depuración de tales aguas y su uso para riegos de jardines urbanos o agrarios. Así lo hacen numerosas ciudades del mundo.
Y por tal razón la Asociación Española de Operadores Públicos de Abastecimientos y Saneamiento (Aeopas) pide al Gobierno que lleve a cabo un plan de choque valiente para frenar esos despilfarros usando para ello las subvenciones precisas (ahí están los Fondos Next Generation), necesarias tanto desde el punto de vista del reto demográfico como para el reto ecológico.
La cuarta cuestión es cómo aumentar la capacidad de embalse porque el cambio climático ha alterado ya la crecida de nuestros ríos y muchos de nuestros pueblos están hoy sin agua potable (véase Cataluña). Y ello nos conduce a movernos entre grandes sequías y periodos de lluvias torrenciales, por lo que es necesario, prioritario, retener estas últimas para afrontar las primeras. Ello exige no la demolición de presas, pequeñas o grandes, sino la construcción de múltiples presas de menor tamaño a lo largo de los cauces para retener toda aquella agua que nos llegue.
Necesitamos, pues, más reservas de agua. Recientemente (23.2.2023) el eurodiputado y vicepresidente de la Comisión de Agricultura del Parlamento Europeo, Paolo De Castro, persona altamente competente en la materia, declaró que “hay fondos europeos para construir más embalses y hacer frente a la escasez de agua. Llover sigue lloviendo, lo que ocurre es mucha de esa agua acaba desembocando en el mar”. Y según la FAO (2022), tras la fuerte inflación de precios alimentarios y los problemas de oferta, debe asociarse el futuro a un funcionamiento sostenido en los sistemas hidráulicos. Hay que aumentar la inversión en obra pública hidráulica. Ojalá los Next Generation corrijan y orienten en la dirección adecuada esta situación.
Y en quinto lugar, hay que forzar aún más, al máximo, regar más con menos agua, aplicar los métodos más eficientes de riego –goteros, subterráneo, etc.– para el riego de las tierras que ya disponen de agua. Las nuevas metodologías basadas en la huella hídrica y en la huella del agua deben ser aplicadas más y más para lograr el objetivo del menor consumo por hectárea regada.
Pero es triste que, cuando en el mundo se celebra el Día del Agua, aquí tengamos a una importante zona de riego que se ha convertido en un grito, sí, como el de Munch, un grito contra las decisiones tomadas en enero y aprobadas frente a los criterios de los agricultores de allí que se han manifestado en múltiples ocasiones, y en contra incluso del propio Gobierno de la Generalitat Valenciana. Y todo ello ya está provocando una revolución de los regantes que temen, con razón, que su patrimonio –sus tierras regadas fruto de sus inversiones y su trabajo de años– y sus rentas sufran un duro impacto negativo que les podría privar de lo que hasta ahora era su fuente de vida, como lo ha sido siempre: el agua. Pero esta cuestión la comentaremos con más extensión y detalle en alguna carta posterior.
Pensemos, como final, en este Día Mundial del Agua, que el agua alimenta el mundo y que todo esfuerzo es necesario para aprovechar hasta la última gota de lluvia en medio de estas duras sequías fruto del cambio climático.
Un cordial saludo