Cuando hablamos de abordar problemas causados por las malas hierbas, de forma recurrente se plantea el concepto de manejo o gestión integrada. El acrónimo GIM suele ser ya más usado que su propio significado más extenso: Gestión Integrada de Malas hierbas. En los diversos foros donde se debaten problemas actuales causados por las malas hierbas, y en especial en la forma de combatirlas, se acaba por plantear la idea de manejo integrado.
Gestión integrada en el control de malas hierbas
Jordi Recasens. Catedrático de Malherbología. Universitat de Lleida.
Esta idea ha alcanzado una mayor relevancia tras la publicación, hace pocos años, de la Directiva Europea y el Real Decreto de Uso Sostenible de Productos Fitosanitarios. Sin embargo y a pesar de su contextualización cada vez mayor en el planteamiento de estrategias contra las malas hierbas, me alcanza cierta sensación y temor de que esta idea pueda restringirse a simples propuestas o recomendaciones alejadas de casos reales, o incluso ser meras ideas que queden recogidas solamente en los textos y manuales y pocas veces ser llevadas a la práctica.
Las diferentes guías, que para distintos cultivos, va publicando el Ministerio, hacen especial énfasis en la necesidad de una gestión integrada y, no es menoscabo, que como tales, tengan el nombre de Guías de Gestión Integrada de Plagas. Pero me pregunto si existe un real convencimiento acerca de las ventajas de implementar una correcta GIM. No pongo en duda que un gran número de asesores y agentes con responsabilidad en la gestión de plagas tienen una fehaciente y clara concepción de su necesidad, pero por diferentes razones, y entre ellas tal vez la necesidad de una rápida solución, tal vez ese claro y asumido “concepto” no llega a convertirse en una auténtica “decisión”.