Hace un par de años, caminando por tierras requenenses, acompañado de un gran amigo, amigo desde mis veraneos infantiles en aquellos campos, comentábamos los dos, sorprendidos y preocupados, cómo muchas aves e insectos propios de tales parajes, visibles hace cuarenta o cincuenta años, eran ahora “bichos raros”, ausentes, casi desaparecidos, borrados.
El declive de la biodiversidad de nuestros campos. Por Jaime Lamo de Espinosa
Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.
Querido lector:
Ya nos hemos acostumbrado a leer en los periódicos y medios españoles cómo desaparecen de nuestros pueblos las campanas de nuestras iglesias, que son robadas de modo constante, los bancos y los cajeros cuyas oficinas se pierden semana a semana, tiendas y comercios que cierran por falta de población, todo ello fruto de ese vaciamiento rural que estamos experimentando con una fuerza inusitada.
He escrito ya muchas cartas sobre este tema advirtiendo del grave riesgo que España está corriendo y señalando mi preocupación porque el proceso parece irrefrenable y no se ofrecen soluciones al mismo. Y cuando queramos darnos cuenta de sus graves consecuencias será ya demasiado tarde para plantearnos la repoblación de tantos miles de núcleos rurales, pueblos y villas desaparecidos. Pero no solo perdemos aldeas, casas, poblaciones, demografía, también perdemos aves, pájaros y especies que han formado siempre parte de la vida de nuestros campos.
Hace un par de años, caminando por tierras requenenses, acompañado de un gran amigo, amigo desde mis veraneos infantiles en aquellos campos, comentábamos los dos, sorprendidos y preocupados, cómo muchas aves e insectos propios de tales parajes, visibles hace cuarenta o cincuenta años, eran ahora “bichos raros”, ausentes, casi desaparecidos, borrados. Las totovías, los abejarucos, los chorlitos, la gallinica ciega, los pájaros carpinteros, las golondrinas, los sapos, los escarabajos, las moscas, las abejas, los caracoles, las mariposas, eran fáciles de ver, eran parte común, frecuente, normal de nuestra infancia. Y ahora se habían oscurecido, ocultado, eran ausentes, se habían casi eclipsado.
Aquellas observaciones que hacíamos, paseando por el campo hace un par de años mi amigo Tony y yo, afectan hoy en proporciones superiores al 35% a la perdiz, al mochuelo, a la tórtola, a los vencejos, a la alondra, o al abejaruco. Incluso el gorrión común sigue la misma tendencia prácticamente observable hasta en los jardines de Madrid desplazados por miles de cotorras sudamericanas.
Una frase leída recientemente me llamó la atención: “la primavera puede acabar siendo silenciosa”. Esa frase repetía y me recordaba la pronunciada hace 55 años por la ecologista Rachel Carson refiriéndose al insecticida DDT. En 2016, al menos una de cada tres aves con presencia habitual en España durante la primavera, experimentó un descenso y ello coincide con el momento clave de la reproducción.
Los pájaros en España o en Francia están desapareciendo a una velocidad vertiginosa, una tercera parte en los últimos quince años según los estudios del CNRS y del Museo de Historia Natural (MNHN), según informes publicados el pasado 20 de marzo. En dichos informes se habla de “desaparición masiva”, “catástrofe ecológica”, “velocidad vertiginosa”, pero lo peor es que este ritmo se ha intensificado en los últimos dos años. Los dos informes antes mencionados coinciden ampliamente y afectan a especies propias de los ecosistemas agrícolas. En alguno de ellos se lee “la perdiz está virtualmente extinguida”.
En el otoño de 2017 investigadores alemanes y británicos nos advertían ya que la población de insectos voladores se había reducido en un 75-80% en el territorio alemán. Y la desaparición de los invertebrados provoca, induce un problema alimentario profundo para numerosas especies de pájaros. La cadena trófica se está viendo brutalmente afectada.
Tres países de la Unión Europea, Países Bajos, Suecia y Reino Unido, han tratado de invertir esta tendencia cambiando el modelo agrícola dominante pero ninguno lo ha conseguido. Hay que cambiar las prácticas agrícolas sobre superficies muy considerables nos advierte M. Jiguet: “no es un problema de la agricultura sino del modelo agrícola: si queremos frenar el declive de la biodiversidad de nuestros campos, hay que cambiarlo junto con los agricultores”.
Para SEO/BirdLife todo ello se debe a la pérdida del hábitat, a la eliminación de lindes, a la transformación del paisaje agrícola, al uso de determinados fitosanitarios, y todo ello provoca la reducción de insectos y a su vez en consecuencia el declive de las aves. Digámoslo a nivel global: el 13% de la especies de aves analizadas en el mundo están amenazadas (UICM). La degradación del medio ambiente es muy profunda.
Esta carta solo pretende ser una señal, una llamada de advertencia, un aviso, uno más que se suma a los muchos que hoy se perciben. Nuestro planeta está enfermo y la base de nuestra curación debe orientarse hacia nuestras tierras, nuestros suelos, nuestras aguas y nuestros ecosistemas. Y debemos hacerlo pronto o, si no, llegaremos demasiado tarde como estamos llegando tarde en el problema demográfico rural nacional.
Ese amigo mío, Tony, al que mencionaba, se me ha ido hace unos días. Era un hombre de campo, un caballero rural, recto, cabal, honrado, recio, compañero del alma y de tantas andaduras y paseos por el campo entre viñas, mieses, almendros, pinares, matojos, etc., con quien tantas mañanas y tardes cruzamos interesantes y prácticas conversaciones sobre estos problemas.
Yo ya no lo veré más, pues falleció el pasado 31 de marzo, en la víspera de su 78 cumpleaños. Merece él y todo lo que representaba un recuerdo desde el fondo de mi corazón. Pero su pensamiento agrícola, su buen hacer rural y su sentido campesino, agrario, práctico, lugareño, del ecosistema permanecerá siempre entre nosotros. Aquella preocupación suya, merece una respuesta que reconduzca la situación y que mejore la población de nuestros campos y nuestras aldeas, nuestra población humana y nuestra población agrícola.
Un cordial saludo