Aceite y vino reflejan que, aunque las cooperativas controlan la producción en ambos sectores, carecen en muchos casos de una gestión profesionalizada y coordinada para defender sus intereses.
Cooperativas, productores o/y gestores del mercado. Por Vidal Maté
Vidal Maté. Trigo Limpio
Bajo diferentes denominaciones y programas hasta la actual normativa sobre entidades asociativas prioritarias, la constitución de grupos cooperativos potentes ha sido uno de los objetivos más perseguidos en las últimas décadas por los diferentes gobiernos. Todas esas iniciativas han logrado avances importantes en la organización de un sector cooperativo clave en la actividad agraria, con una facturación hoy de 30.000 millones de euros, pero donde existen -en muchos casos solo sobreviven- nada menos que 4.000 cooperativas.
En el sector cooperativo encaja la regla del 80-20 que se mantiene en la distribución de los recursos de la PAC en cuanto solamente el 20% de las entidades asociativas suponen el 80% de la facturación total del sector. Los esfuerzos de ajuste llevados a cabo en el pasado se han traducido en una mejora de sus estructuras. Lo más palpable, en cuanto al volumen de sus ventas, se refleja en el hecho de que 125 entidades facturen una media de 100 millones de euros; que otras 400 lo hacen en una media de 17 millones, pero donde casi un millar no pasan de los cuatro millones y más de mil se quedan solo en una media de 0,6 millones de euros.
Estos datos ponen de manifiesto la pervivencia de dos mundos en el sector cooperativo, aunque el volumen no sea siempre sinónimo de gestión y eficiencia. Uno, el referido a grandes y medianos grupos, entre los que se hallan una docena de entidades que son auténticos motores para la economía y el desarrollo de sus respectivas zonas de influencia, apoyando la rentabilidad de los agricultores y ganaderos con una gestión profesionalizada como unos operadores más en los mercados.
El otro, donde sobreviven cooperativas con dimensión o sin ella, pero sobre todo sin una gestión profesional ni capacidad para dar respuesta a las demandas y necesidades de los socios, para regular los mercados, marcar una tendencia en las cotizaciones y, a la postre, para poder cumplir los primeros con las exigencias de la cadena alimentaria de pagar los precios de coste a los 30 días, no a resultas al final de la campaña, sin que el socio disponga de otras fuentes de financiación especial.
Las carencias de las cooperativas en la profesionalización de la gestión, y sobre todo en la coordinación de sus actuaciones en un mismo sector, han impedido a las mismas tener la capacidad suficiente para ostentar una posición de dominio o al menos de influencia en los mercados. Esta situación se ha hecho más visible en los últimos tiempos y muy especialmente en dos sectores como el vino y el aceite, donde casualmente las entidades asociativas controlan casi el 70% de una producción que necesitan sí o sí las industrias.
En el caso del aceite de oliva, aunque funcionan más de 600 cooperativas, la realidad es que seis grandes grupos controlan más de 500.000 toneladas. Esta posición de poder no se ha demostrado sin embargo suficiente en los últimos tiempos para lograr una mejora en las cotizaciones. Además, en un sector dominado por las cooperativas, salvo unas pocas excepciones, no se han concretado en estrategias de gestión, de integración o simplemente de coordinación para operar en los mercados y se ha seguido reclamando fundamentalmente la cosa pública para solventar los problemas.
En el vino se ha presentado históricamente una situación similar, más en esta vendimia con una batalla entre los viticultores preocupados por los bajos precios y los bodegueros justificando los mismos por la falta de salidas al tener los depósitos más llenos de lo normal y previsiones no optimistas a medio plazo. En este contexto, en las últimas semanas, viticultores de Valdepeñas planeaban una huelga de recogida de la uva, se entiende que para hacer mella en los industriales bodegueros. Uno no cree que con un producto muy perecedero con riesgo de perderse se pueda provocar a las bodegas a subir los precios cuando tienen mayor capacidad para esperar y, en última instancia, la posibilidad de abastecerse más tarde de vino de las cooperativas con los depósitos llenos.
Lo preocupante y lo que ponen en evidencia situaciones como ésta, es la existencia de graves lagunas en este subsector cooperativo, y que ante la estrategia de las bodegas no haya un sector asociativo capaz de dar respuesta a los problemas de los viticultores, siendo los primeros en marcar precios de compra, limitándose por el contrario a seguir con la política de siempre de compras sin precio y pago a resultas a final de campaña, en muchos casos por debajo de los propios bodegueros.
En el mundo del vino, conflictos entre bodegueros y viticultores han existido siempre, aunque las salidas han sido diferentes. Hace algunos años, en el sector del vino en Navarra se producía un choque entre los viticultores y el bodeguero Olarra. Los viticultores no amenazaron con no recoger la uva. Vendimiaron y potenciaron la división de vino en la cooperativa. Era y se mantiene como otro mundo cooperativo.
Nadie en el sector pone en duda la necesidad de mejorar en la profesionalización de las mismas, de lograr una mayor coordinación en sus estrategias, de superar debilidades o carencias denunciadas frecuentemente desde medios agrarios sindicales. Pero, la realidad es que las cooperativas no son como una nube que está ahí en el cielo, sino empresas ubicada en el campo, formada por agricultores y, sobre todo, con las puertas abiertas a la participación de los profesionales del campo.
Las cooperativas tienen por delante un amplio recorrido y la necesidad de mejorar y profesionalizar su gestión. Pero para ello necesitan igualmente la implicación y un mayor compromiso con las mismas de los agricultores y ganaderos. Resultan poco justificables las críticas, el quedarse fuera ”porque están los de siempre” y, en demasiados casos, cuando muchos de los propios socios solo utilizan la misma como la salida del último recurso, vender solo una parte de la producción en función de cómo se hallen los mercados o entregar solo los productos de menos calidad.
La cooperativa es el modelo, aunque también necesitaría modificaciones incluso en lo más esencial de su filosofía de un hombre un voto, al margen de lo que se juegue cada uno en una decisión de asamblea. La gestión es el reto aún pendiente.