Decisión y confianza para afrontar los retos del sector agroalimentario español
Hace tiempo que AgroNegocios me pidió un artículo con mi visión sobre el sector agroalimentario. Debo reconocer que tuve mis dudas, porque ya no estoy directamente vinculado, pero para CAJAMAR el presente y el futuro del sector son también su presente y su futuro y, en consecuencia, nos sentimos identificados e implicados en la superación de sus retos y el desarrollo de sus oportunidades.
Eduardo Baamonde Noche, presidente de Cajamar Caja Rural
Por este motivo me he animado a escribir estas reflexiones, en las que describo las que a mi juicio son las palancas que permitirán a este sector aprovechar las oportunidades de un mercado cada vez más abierto, competitivo y en constante evolución.
Empezaré diciendo que con frecuencia nos detenemos más en comentar y analizar los problemas y limitaciones del sector que en divulgar sus potencialidades. Por mi parte, aquí me centraré más en la descripción de las oportunidades para concluir que el sector agroalimentario, en términos generales, tiene un gran futuro.
Eso sí, debemos ser conscientes de que nos movemos en un mercado cambiante, que nos exigirá una enorme flexibilidad y, sobre todo, un gran conocimiento y especialización para adaptarnos y aprovechar las oportunidades que sin duda se plantean.
Este sector ha demostrado una vez más su carácter anticíclico. No solo ha resistido mejor la crisis, sino que ha crecido durante los últimos años. Aunque unos subsectores la hayan superado mejor que otros, circunstancia que ha dependido de su implantación en el mercado exterior. Como el hortofrutícola, que ha superado mucho mejor la crisis, en gran medida porque está muy internacionalizado y cuenta con una cartera de clientes más diversificada. En la situación opuesta está el sector lácteo, que siempre ha estado orientado al mercado interior, lo que le ha hecho sufrir como a ningún otro subsector la crisis de precios de los últimos años.
Por ello, una primera conclusión a la que podemos llegar es que solo podrán subsistir aquellas empresas y agricultores que tengan capacidad para defender su posición en el mercado; en la medida en que las ayudas de la PAC no son suficientes, y mucho menos lo serán en el futuro, para garantizar las rentas agrícolas y el mantenimiento de la actividad agraria.
Otro tema donde los expertos coinciden es en el crecimiento esperado de la demanda alimentaria, tanto en cantidad como en calidad. Lo primero, consecuencia del incremento de la población mundial, que llegará en 2050 a los 9.000 millones de habitantes, hecho que provocará un incremento de la demanda de alimentos de un 70%.
Lo segundo, resultado del crecimiento de la renta per cápita de los países emergentes, en particular de Asia y América del Sur, que les permitirá diversificar su dieta y hábitos de consumo. Y aun siendo la UE un mercado maduro, los nuevos Estados miembros también ofrecen márgenes de crecimiento en su demanda, especialmente para los productos mediterráneos.
Por tanto, otra conclusión es que tenemos y tendremos mercados interesantes, pero cada día más lejanos y heterogéneos, que van a exigir productos, formatos y una logística específica para cada tipología de cliente. Esto no es nuevo, lo venimos observando y aprovechando en los últimos años, pero se acentuará cada vez más.
Globalización de los mercados
Otra cuestión que debemos plantearnos es si se va a mantener o no la globalización de los mercados. Hace tan solo unos meses la respuesta hubiera sido contundente y afirmativa. Tras el Brexit y la victoria de Donald Trump se plantean nuevas incógnitas. Es innegable que ante el crecimiento de las tesis proteccionistas en Europa y Estados Unidos, cabe preguntarse si la globalización de los mercados es un proceso irreversible o vamos a volver a modelos pasados.
En mi opinión, las nuevas tecnologías nos han globalizado y, por tanto, la cuestión no es que los mercados sean o no globales, sino que las personas, sobre todo las nuevas generaciones, somos consumidores globales y, en consecuencia, difícilmente vamos a poder cerrar nuestras fronteras cuando nuestro modo de vida está interconectado al resto del mundo.
Otra cosa es que la globalización debe ir acompañada de una armonización de políticas y regulaciones básicas, de tal forma que se impida o se reduzca el impacto derivado de la distorsión de competencia producida por los distintos costes de producción, fruto no de una mayor eficiencia o conocimiento, sino simple y llanamente de la diferencia de los costes sociales o reglamentarios, cuestiones que deberán ser objeto de acuerdos internacionales para evitar la competencia desleal que se sufre en la actualidad. Esa es, a mi juicio, la asignatura pendiente y el origen fundamental de las distorsiones actuales.
¿Qué puede pasar a corto plazo? Efectivamente estamos ante un momento de incertidumbre, pero los mercados siguen demandando productos y el mundo no se detiene. Viviremos unos años extraordinariamente volátiles, en los que deberemos diversificar destinos y fortalecer nuestras empresas para hacerlas menos vulnerables y capaces de resistir una volatilidad de precios que será creciente.
¿Cuáles son las palancas que nos van a permitir aprovechar las oportunidades futuras? Creo que las de toda la vida, pero ahora si cabe cobrarán más importancia. La clave está en la diferenciación de productos, procesos y mercados frente a nuestros competidores. Si no somos capaces de conseguirlo, la única capacidad para hacerlo será el precio.
Otra condición imprescindible será la excelencia en la gestión, desde la producción hasta la comercialización final. Para ello debemos incorporar la innovación como herramienta fundamental y base para la anticipación y la flexibilidad que nos permitirá tener capacidad de adaptación a un mercado en permanente cambio.
Pero ninguna de las palancas anteriores se podrá realizar sin el conocimiento: el conocimiento estratégico, que corresponde fundamentalmente a los propietarios de las empresas y de las explotaciones, que deberán tener visión y capacidad de anticipación; y el conocimiento operativo, que deberán tener técnicos y las personas que trabajen en el sector agroalimentario. Ambos son claves para que seamos eficientes e innovadores.
El futuro no va a depender solo de lo que hagamos nosotros o nuestras empresas a título individual. Cada día el sector depende en mayor medida de la estructura y funcionamiento de la cadena agroalimentaria. Esto nos obliga a ver las cosas de otro modo y a considerar la importancia de contemplar el sector con una visión de cadena, desde la producción hasta la comercialización final. Basta con que un eslabón sufra o se quiebre para que la cadena no sea sostenible.
Unión del sector
De ahí que siempre haya defendido la importancia de la unión del sector. En este sentido las interprofesionales pueden ser de gran utilidad, pero siempre que sean inclusivas e incorporen a la totalidad del sector y todos los partícipes se sientan protagonistas de un mismo proyecto.
Voy más allá, cada día resulta más importante la colaboración entre empresas y las diferencias o antagonismos del pasado deberían convertirse en alianzas. Esto no tiene que ser tan difícil cuando la mayoría del sector se enfrenta a oportunidades y retos similares, y lo que es más importante, cuando se comparten los mismos objetivos.
Llegados a este punto todavía no me he referido a los problemas del sector. Esto no quiere decir que no existan o no me preocupen. Para mí los más importantes son precisamente los derivados del desequilibrio de la cadena, consecuencia de la atomización de la oferta y la concentración de la demanda (concretamente la gran distribución).
Este problema estructural impide una correcta gestión de la oferta, particularmente importante en momentos puntuales en los que puede llegar a arruinar la rentabilidad de una campaña. Urge pues la implantación de mecanismos que permitan reforzar esa concentración de la oferta, y sobre todo la mentalización por parte de todos los actores de la necesidad de llevarlo a la práctica.
Otro reto fundamental es el acceso a las nuevas tecnologías. Debemos ser conscientes de que en el pasado estaban limitadas o eran accesibles exclusivamente a los países desarrollados. Hoy están al alcance de todos. Diría más, a veces donde se ponen más trabas a las nuevas tecnologías es precisamente en la UE. Me refiero, por ejemplo, a la biotecnología, o a la obtención y comercialización de nuevas moléculas para los productos fitosanitarios.
En un mercado global y abierto no se pueden imponer limitaciones que no tienen nuestros competidores, y lo que es peor, a futuro impiden desarrollar el conocimiento y aprovechar los resultados derivados de las nuevas líneas de investigación. Todo lo cual acaba expulsando a nuestros mejores tecnólogos y a las empresas más especializadas hacia otros países y regiones donde obtienen una mayor rentabilidad y cuentan con mejores expectativas.
Finalmente, otro desafío que marcará el futuro de la agricultura es el cambio climático, fenómeno que tendrá dos tipos de consecuencias importantes. Por la parte agronómica, la alteración de los calendarios de producción incrementará la competencia sobre las producciones mediterráneas y suscitará un mayor riesgo por adversidades meteorológicas, y en particular la sequía. Y por la parte legislativa, fruto de los acuerdos internacionales, marcará o condicionará todas las políticas comunitarias y en concreto la reforma de la PAC de 2020.
Todos estos retos deben hacernos reflexionar y sobre todo reaccionar. En primer lugar al propio sector, y después a las Administraciones, que deben ser conscientes de la importancia del momento y de los enormes desafíos del futuro.
A pesar de todo, soy optimista. Jamás hemos tenido un sector tan preparado como en la actualidad. La experiencia adquirida los últimos 20 años nos ha permitido convertirnos en referencia mundial, fundamentalmente desde el punto de vista productivo. Ahora debemos serlo desde el punto de vista de la comercialización y de la incorporación de valor. Para ello el conocimiento y la innovación serán la base fundamental.
No me olvido del agua. Es un recurso escaso y limitante que exige medidas urgentes que eliminen la incertidumbre actual, que es el peor enemigo para el desarrollo del sector. La política del agua, como otras cuestiones de carácter estratégico, reclama un pacto de Estado que perdure no ya varias legislaturas, sino varias generaciones. Lo mismo ocurre con las infraestructuras de transporte, que requieren adaptarse a las oportunidades que se están generando en mercados cada día más alejados, donde la logística alcanza una importancia vital.
Y termino como empecé. El mundo ha cambiado y seguirá cambiando. El sector sabe lo que tiene que hacer. Solo le falta decisión y confianza para ponerlo en práctica. En ese camino contáis con todo nuestro apoyo.