La mejora de las comunicaciones viarias y de los servicios (educación, salud,...), así como las crecientes dinámicas de interacción rural-urbana que han acompañado al fuerte proceso de cambio ocurrido en nuestro país en los últimos cincuenta años, han dado lugar a una mayor convergencia entre el medio rural y el medio urbano.
«Sobre el despoblamiento rural en España». Eduardo Moyano Estrada.
Eduardo Moyano. Profesor de Investigación. Catedrático de Sociología del IESA-CSIC de Córdoba.
Esto ha hecho que se haya superado el tradicional discurso ruralista, que anteponía una España rural (símbolo del atraso, la pobreza y el aislamiento) y una España urbana (símbolo de la modernidad y el dinamismo cultural).
Ello no impide reconocer que el medio rural continúa siendo un espacio geográfico singular, cuya singularidad radica en la existencia de municipios de tamaño relativamente pequeño (menos de 10.000 habitantes) y de un hábitat disperso y de menor densidad poblacional (menos de 100 hab/km2), en contraste con las aglomeraciones urbanas.
Los espacios rurales continúan marcados, además, por la presencia dominante del paisaje natural y por una intensa interacción de la población rural con la naturaleza, debido sobre todo al predominio de la actividad agraria.
Un ruralismo revisitado
Sin embargo, está surgiendo ahora un nuevo discurso ruralista de la mano de algunos trabajos periodísticos (como el de Sergio del Molino con su libro “La España vacía”), de reportajes televisivos (como el titulado “Tierra de nadie” del programa “Salvados” de Jordi Évole) o de algunas obras literarias (como las novelas de Julio Llamazares, la de Francisco Cerdá “Los últimos” o la más reciente de López Andrada “El viento derruido”).
A diferencia del viejo discurso ruralista, y ante la imposibilidad de mantener hoy, por irreal, la idea del atraso y la pobreza como rasgo del medio rural español, los que reactivan actualmente el ruralismo lo envuelven ahora en el manto del despoblamiento y el abandono de algunos pueblos rurales.
Es verdad que la diversidad del medio rural español es tan grande que siempre es posible encontrar pueblos o territorios abandonados que den pábulo al periodismo de denuncia bien intencionado o a cualquier construcción literaria inspirada en la nostalgia del pasado o en el sentimiento del paraíso perdido, como forma de compensar el malestar de la vida en la gran ciudad.
Tales escenarios literarios son marcos de libertad creativa que no tienen por qué ser representativos de nada, ya que su misión es servir al objetivo final del artista. Hasta aquí nada que objetar al nuevo discurso «ruralista» revisitado por estos escritores.
El problema es cuando una categoría literaria o periodística aspira a pasar del terreno de la ficción o de la simple denuncia, y quiere convertirse en la expresión realmente fidedigna de una realidad social.
Para ello, es necesario ampliar el análisis, asumir la diversidad de los hechos sociales, comparar situaciones y apoyarse en datos empíricos sólidos, que es lo que se suele hacer en el ámbito de las ciencias sociales (ver en este sentido el artículo “La España profunda” del geógrafo Fernando Molinero, y publicado el pasado 12 de julio en el Anuario de la Fundación de Estudios Rurales).
El citado programa de Jordi Évole o el libro del mencionado Sergio del Molino, representan, sin duda, una llamada de atención, una toma de conciencia sobre los problemas de los pequeños pueblos rurales y de las zonas más interiores de nuestra ruralidad.
Pero no podemos evitar cierta incomodidad con estos trabajos por lo que significan de simplificación de una realidad que es mucho más variada y compleja de la que muestran.
Nos preocupa que, poniendo el foco de atención en los casos más llamativos y de más potencial dramático, se esté dando una imagen distorsionada del medio rural español ignorándose amplios territorios, cuyos problemas no son los del despoblamiento y el abandono, sino de otra índole.
Como señala García Alvarez-Coque, en su artículo “Serranía Celtibérica”, publicado en Agronegocios el pasado 16 de abril, no debería interesarnos sólo por qué, en lo que llevamos de siglo, más de un millar de municipios de esa comarca han perdido población, sino por qué se ha mantenido o incluso ganado población en más de 2.000 localidades.
En esta misma línea de reflexión, considero más interesante fijarse en los municipios que no se despueblan, que lamentarse por los que están vacíos y abandonados, procurando conocer las causas del porqué hay territorios rurales que se mantienen vivos y activos y en los que su población muestra un evidente dinamismo.
El despoblamiento entra en la agenda política
No obstante, es un hecho innegable que existen pueblos vacíos y en claro riesgo de ser abandonados, tal como lo ha señalado el informe de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP), que sitúa en 4.000 el número de municipios en peligro de extinción a corto y medio plazo.
Ya la Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural (diciembre de 2007) identificaba 105 comarcas “a revitalizar” por tener serios problemas reales de despoblamiento, y otras 84 comarcas calificadas de “intermedias” por estar en riesgo de abandono.
Es verdad que no es lo mismo hablar de municipios vacíos, que de comarcas despobladas, pues en estos temas la escala importa. Pero nadie en su sano juicio puede negar la evidencia de este problema en algunas áreas rurales de nuestro país. De hecho, el problema del despoblamiento en la España rural ha entrado en el debate político, y eso es también una buena noticia, ya que se asume como un problema de Estado y no como un problema local o regional.
El Senado ha creado una Comisión Especial sobre este tema, y en la VI Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas se acordó la elaboración una Estrategia Nacional a ese respecto, dando lugar a que el Gobierno Rajoy creara un Comisionado presidido por Edelmira Barreira.
Un mundo rural diverso
Sin embargo, además de las comarcas y municipios inactivos y en riesgo de despoblamiento, existen en nuestra geografía muchos otros territorios rurales donde no es ése el problema que les afecta, sino otros.
En estos territorios viven agricultores que se esfuerzan diariamente por sacar adelante sus explotaciones, luchando contra la pérdida de rentabilidad de la agricultura, la imposición de los precios agrícolas por parte de las grandes cadenas alimentarias, la debilidad de las fórmulas asociativas, el relevo generacional en las explotaciones agrarias, los efectos negativos del cambio climático, la erosión de los suelos, la escasez de recursos hídricos,…etcétera.
Y existen también territorios que son hoy un ejemplo de dinamismo social y económico y de innovación. En ellos, nuevos agentes económicos encuentran en los pueblos rurales ventajas competitivas para el desarrollo de proyectos empresariales, así como jóvenes emprendedores aprovechan los espacios rurales como oportunidades de negocio en ámbitos muy diversos (deporte de naturaleza, actividades recreativas, artesanía, turismo rural,…).
Asimismo, profesionales de los más variados oficios (carpintería metálica, escayolistas, alicatadores, electricistas,…) residen en sus pueblos, y gracias a la mejora que han experimentado las infraestructuras viarias, se desplazan diariamente a los núcleos urbanos para desarrollar las actividades que le son propias.
Un despoblamiento desigual y diferenciado
Hay, sin duda, territorios vacíos y despoblados en la España rural que requieren ser tratados con planes específicos de desarrollo con la finalidad de intentar reactivarlos. Pero en no pocos territorios continuará el proceso inexorable de despoblamiento de sus pequeños municipios sin posibilidad alguna de invertir esa tendencia.
En estos casos, puede que no tenga sentido volcar esfuerzos y recursos en reactivar algo que está condenado a desaparecer por la ley de los tiempos que le ha tocado vivir. No se puede aspirar en España a mantener viva una estructura muy desigual de municipios, que procede de la Edad Media y que nunca ha sido objeto de una ordenación racional y moderna, a diferencia de lo que se ha hecho en otros países de nuestro entorno.
En un contexto de recursos públicos escasos en el que hay que establecer prioridades, es preciso definir en cada tipo de espacios rurales las estrategias más adecuadas de inversión en infraestructuras y equipamientos (centros escolares y de salud,…), planteándolas siempre a una escala comarcal y no municipal, y con criterios de racionalidad y eficiencia.
En algunas comarcas, se tendrá que emplear recursos públicos para avanzar en el proceso de modernización de la agricultura, promover el relevo generacional, impulsar los modelos asociativos y favorecer la renovación formativa de los agricultores para que estén más capacitados para acceder al mundo digital y de las nuevas tecnologías.
En otras comarcas, habrá que diseñar estrategias integrales de desarrollo, que favorezcan la interacción rural-urbana, la diversificación de actividades (agrarias y no agrarias), la instalación en el medio rural de nuevos emprendedores,… facilitando la movilidad y el transporte.
Habrá también territorios en los que la fuente de supervivencia de las familias que en ellos residen descansa en los ingresos obtenidos de manera temporal por la afluencia de visitantes en determinadas épocas del año (fines de semana y/o periodos vacacionales) que buscan lugares de ocio y esparcimiento.
En estos casos habrá que promover planes de habilitación de las casas rurales para que sirvan de acogida a esos visitantes, extendiendo la banda ancha de las telecomunicaciones por todo el territorio.
Pero habrá, como he señalado, territorios condenados sin remisión al despoblamiento, en los que sólo cabe aplicar medidas paliativas para que, en consenso con las poblaciones locales, ese proceso se produzca con el menor daño posible para los que allí viven.
Nota: Una versión más amplia puede verse en el artículo «¿Está vacía la España rural?» publicado en el Anuario 2017 de la Fundación de Estudios Rurales.