Los británicos han decidido en referéndum salirse de la UE. El Brexit ha ganado con claridad, con más de un millón de votos de diferencia sobre los partidarios del Brin. Ya se ha cobrado la primera víctima en la persona de David Cameron, quien, asumiendo la responsabilidad que le faltó al convocar el referéndum británico, ha anunciado su dimisión como Primer Ministro.
Y después del Brexit, ¿qué?
Eduardo Moyano. Profesor de Investigación. Catedrático de Sociología del IESA-CSIC
Más allá de las esperadas turbulencias en los mercados bursátiles, que se irán calmando en los próximos días, el resultado del referéndum plantea un problema interno de legitimidad entre, de una parte, un Parlamento mayoritariamente favorable a la permanencia en la UE y, de otra, una población que se ha manifestado en contra y que ha sido movilizada por partidos, como el UKIP, con sólo un parlamentario. Veremos cómo lo resuelven los británicos en las próximas semanas.
A nivel de la UE, el artículo 50 del Tratado de Lisboa, establece el procedimiento de salida de un Estado miembro, pero no se tiene experiencia de cómo hacerlo, por lo que no será fácil su implementación. En todo caso, no se espera que haya novedades antes de dos años, plazo máximo que tendrán los negociadores de una y otra parte para fijar el nuevo marco de relaciones entre la UE y el Reino Unido.
En este sentido, puede haber diversas formas de encaje para evitar grandes trastornos en ambas partes. Una posibilidad es que el Reino Unido forme parte, como Noruega, del llamado Espacio Económico Europeo, un mercado interior común que permite la libertad de personas, bienes, servicios y capitales.
Además, el Reino Unido podría continuar participando en acuerdos de cooperación intergubernamental con la UE en materias como seguridad, investigación, educación, medio ambiente,… aunque no en las políticas comunes, como la agraria y pesquera. De este modo se podrán minimizar los efectos negativos del Brexit, aunque es verdad que si, como se prevé, se produce una recesión económica en el Reino Unido y una devaluación de la libra, eso repercutirá en las economías de los países de la UE.
Sin minusvalorar los efectos económicos de la salida del Reino Unido, lo que me interesa resaltar en este breve artículo, son sus consecuencias políticas, y los efectos que puede tener sobre el proceso de integración europea. Porque debemos tener en cuenta que los problemas de la UE siguen estando ahí después del Brexit, unos problemas pendientes de un tratamiento serio y responsable por parte de las instituciones comunitarias.
Quizá la salida del Reino Unido acelere ese tratamiento para evitar que las cosas vayan a peor e impedir que se produzca un efecto contagio en otros países, como Holanda, Austria, Francia o la misma Alemania, donde los partidos nacionalistas antieuropeos están en claro ascenso.
Efecto contagio
El efecto contagio es la más grave consecuencia política que podría tener la victoria del Brexit, ya que les daría argumentos a esos dirigentes populistas para exigir referéndums similares al británico, creando tensiones internas de difícil gestión en un momento tan delicado como el actual (con una crisis económica aún no resuelta, con la amenaza del terrorismo yihadista y con la inestabilidad instalada en las fronteras europeas que provoca la llegada masiva de refugiados en busca de asilo).
Sea como fuere, la UE necesita una reflexión seria sobre el estado de debilidad en que se encuentra y precisa de un diagnóstico correcto, así como de un adecuado tratamiento que no excluya ninguna posible solución. Simplificando en aras de ordenar un debate tan complejo como éste, las posiciones programáticas respecto al futuro de la UE pueden resumirse en las tres siguientes.
En primer lugar, la europeísta de “más Europa”, favorable a que la UE avance hacia una federación de Estados, que implique mayor cesión de competencias a Bruselas, que aumente el rango de las políticas comunes y que incremente las aportaciones de los Estados miembros al presupuesto común (hoy fijado en un irrisorio 1% del PIB europeo).
En segundo lugar, la posición euroescéptica de “menos Europa”, que aboga por que la UE se limite a consolidar el mercado único y a desarrollar una zona de libre cambio, devolviendo competencias a los Estados miembros, incluso en políticas que son hoy comunes (como la agraria, que, en opinión de los euroescépticos, sería renacionalizada).
Y en tercer lugar, la posición europosibilista (o europragmática) que aboga por una integración flexible en el marco de una “Europa a varias velocidades”, que existe ya de hecho en la UE (por ejemplo, sólo 19 países están en el euro). Esta posición apuesta por avanzar hacia una mayor integración sólo en algunas políticas (como las correspondientes al euro y la UEM, y las relativas a la regulación del derecho de asilo), pero dejando otras áreas a la lógica de la cooperación intergubernamental y ofreciendo una especie de estatuto a la carta para que cada Estado encuentre su acomodo en la UE.
En definitiva, la victoria del Brexit, siendo una mala noticia, hay que verla como una oportunidad para debatir sobre el futuro de la UE, reflexionando con sensatez sobre los grandes problemas que tenemos por delante (por supuesto, el de reactivar la economía y gestionar la llegada de refugiados e inmigrantes, pero también el de afrontar el problema de la seguridad interior).
No es el momento ni de las flagelaciones, ni de las huidas hacia adelante, ni tampoco del resentimiento contra los que han votado libremente salirse de la UE. Es momento de mantener la calma y la serenidad, de hacer un buen diagnóstico sobre las debilidades del proyecto europeo y de buscar, con realismo, las mejores soluciones para reactivarlo.