La insoportable levedad con la que la CE trata el futuro de la vitivinicultura y de otros cultivos menores. Por Luca Rigotti
Leí ayer el análisis adicional de la Comisión Europea de la revisión de la Directiva sobre el uso sostenible de los productos fitosanitarios.
Artículo de opinión de Luca Rigotti, presidente del Grupo de Trabajo “Vino” del COPA-Cogeca.
El Consejo solicitó este estudio adicional a finales del año pasado. Varios Estados miembros, asaltados por la duda, exigieron que se llevase a cabo un análisis más exhaustivo de la propuesta y los objetivos establecidos por la Comisión para cuantificar así las consecuencias que se derivarían de los objetivos de reducción propuestos en un nuevo contexto geopolítico.
Para sorpresa de nadie, el renovado escrutinio de la Comisión no ofrece nada nuevo en comparación con el primero, que se presentó en junio de 2022, e incluso se jacta de su trabajo previo, comentando que toda la información solicitada por el Consejo ya figura en la primera evaluación.
Como era de esperar, la Comisión lleva ya casi cuatro años negándose a llevar a cabo una evaluación de impacto exhaustiva de su estrategia “De la granja a la mesa”, optando por esconder la cabeza debajo del ala y fingir que no existen problemas.
Como vinicultor italiano, lo que me descolocó sobremanera es la insoportable levedad con la que los servicios de la Comisión tratan la producción alimentaria y la forma en que señalan a determinados cultivos. De hecho, el análisis del Ejecutivo europeo reconoce que las peores consecuencias a nivel productivo las sobrellevarán unos pocos cultivos que no “resultan esenciales para garantizar la seguridad alimentaria”, mencionando concretamente a la uva, al lúpulo y al tomate.
Resulta incomprensible que un organismo que, en teoría, se supone debe garantizar el correcto funcionamiento del Mercado Único, la protección del consumidor y la aplicación de la ley suscriba un enfoque semejante, dispuesto a echar a los leones a los productos agrícolas más emblemáticos porque, total, podemos vivir sin ellos.
Tras cada cultivo mencionado se erige todo un universo social y económico, que se extiende desde cada máquina hasta la prensa sectorial, desde la biodiversidad que rodea a cada planta en el campo hasta los servicios paisajísticos, desde los viveros hasta el envasado; se trata de toda una cadena de producción compuesta de profesionales apasionados que va de la planta en su fase más temprana, pasando por la cosecha, hasta su comercialización.
No es posible estar de acuerdo con la idea de que hay cultivos y producciones marginales dentro del sector agrario, pues este se alza como uno de los sectores más importantes para la economía europea, precisamente debido a esta amplia variedad de productos agroalimentarios.
Estos productos, bien sean de producción a larga escala o de una producción más reducida y específica, son importantes debido a su naturaleza única y a su excelencia.
La propuesta de la CE sobre fitosanitarios sostenibles provocaría una drástica caída de la producción europea
Otro aspecto clave y, en mi opinión, infravalorado, es la importante caída de la producción que provocaría esta propuesta, si se llega a aplicar, a nivel europeo.
Esta caída dejaría espacio en los mercados para que se introduzcan productos extracomunitarios, con las terribles consecuencias que ello acarrearía para la economía en su conjunto.
Solamente en lo que se refiere a la vid, la propia Comisión reconoce que al menos se perdería el 28 % de la producción de uvas de Francia, el 20 % de Italia y el 10 % de España. Si sumamos estos tres países, la pérdida representaría el 50 % de la producción vinícola en 2022.
El equilibrio comercial se vería gravemente alterado y se reequilibraría la producción mediante un aumento de las importaciones de terceros países, ya que el consumo no decaería proporcionalmente. ¿Qué sentido tiene importar vinos de la otra punta del globo, cuyos estándares de producción desconocemos?
Son pocas las personas en Bruselas que son conscientes de los esfuerzos realizados por los vinicultores y las cooperativas vitivinícolas a lo largo de los últimos años para amortiguar el impacto en el sector. Es un trabajo que no se puede hacer de un día para otro; se deben aplicar, de forma progresiva, alternativas, prácticas avanzadas y medidas de seguimiento.
Los vitivinicultores no queremos impedir o ralentizar la transición cara a una mayor sostenibilidad. Todo lo contrario. Queremos y debemos participar activamente en el diálogo y, de esta forma, reducir el impacto de esta actividad económica, conseguir objetivos realistas y no que se nos fuerce a alcanzar o que se nos impongan objetivos que nos alejan de la consecución de resultados que beneficiarían a todo el sistema económico.
El vino es uno de los productos que constituyen la identidad agroalimentaria europea, una señal que la Comisión Europea hasta ahora había apoyado a través de sus campañas de promoción con nuestros socios comerciales.
Durante años, los carteles de la Comisión nos han dicho “Enjoy, it IS from Europe” [Disfrútalo, ES europeo]. Solo espero que no llegue el día en que tengamos que decir “Enjoy, it WAS from Europe” [Disfrútalo, ERA europeo].