Estos olivos milenarios, algunos incluso bimilenarios, que suman en España alrededor de 5.000, son verdaderamente árboles extraordinarios que merecen ser protegidos y conservados en los lugares donde se encuentran.
Olivos milenarios, Patrimonio de la Humanidad. Por Jaime Lamo de Espinosa
Por JAIME LAMO DE ESPINOSA. Director de Vida Rural.
Querido lector:
El olivar se ha convertido en una de los elementos icónicos de la agricultura español. No es que no lo fuera antes, pues siempre fue un subsector de gran transcendecia económica, es que a lo largo de los últimos años España se ha convertido en el primer país del mundo en hectáreas, con 2,5 millones de hectáreas cultivadas y miles de hectáreas en riego y un volumen de producción de más de 1/1,5 millones de toneladas, –cuando en la década de los 70 era de unas 300/400.000 toneladas– y lanzando al mercado aceites envasados y con marcas notables por su calidad. Todo ello nos ha permitido olvidarnos, en muy buena medida, de aquella “vecería” que hacía que las cosechas, hace cuarenta años, oscilaran entre unos años y otros en proporciones muy considerables.
Sí, hoy producimos esos millones de toneladas al año de aceite de extraordinaria calidad, bajo marcas altamente reconocidas, algunas de las cuales consiguen vender sus aceites en envases muy cuidados a precios elevados como corresponde a un producto de gran calidad, de notoria exquisitez. A este producto dedicamos el Especial de este número.
Pero, al margen de los aspectos económicos y territoriales del olivar (se produce en numerosas autonomías de España) conviene destacar otro de singular transcendencia. Me refiero al concepto de “legado cultural”, de “herencia patrimonial” de determinados olivos, de olivos singulares, de olivos milenarios, de árboles monumentales que son hoy, sin duda alguna, “patrimonio de la humanidad”.
Los que conocemos bien las tierras altas de Castellón –tuve la inmensa suerte de ser Diputado por Castellón en la II legislatura y no olvido aquellas tierras, sus paisajes y sus gentes– , la zona de la Senia y del Alto Maestrazgo, sabemos bien de esos olivos impresionantes, con perímetros superiores a los 6 y 8 metros que encontramos en la Jana, Canet Lo Roig, Traiguera, etc. Estamos en presencia de árboles de extraordinaria altura, con unas copas inmensas y unos inmensos troncos retorcidos, enroscados, tortuosos, telúricos casi, cuya belleza deslumbra a todo aquel que los encuentra.
España está llena de árboles singulares algunos de los cuales son enormemente conocidos y definen ciertos lugares. Es el caso del ciprés calvo del Retiro de Madrid, traído de México y del que se dice que bajo su copa, o la de otro árbol semejante, pasó Hernán Cortés la “Noche triste” en 1520. También son conocidos el ciprés de Silos –confidente de Unamuno o Gerardo Diego–, el drago milenario de Icod de los Vinos, el tejo de Perniego, la encina de Chamartín de la Sierra o de Almodóvar del Campo, los Castaños de San Justo de Sanabria, etc. Son, como decía George Sand: “árboles sagrados, de donde se espera siempre oír desprenderse voces proféticas”.
Pero estos olivos milenarios, algunos incluso bimilenarios, que suman en España alrededor de los 5.000, son verdaderamente árboles extraordinarios que merecen ser protegidos y conservados de los lugares donde se encuentran. Muchos de ellos podrían dar testimonio de la época de íberos o de los romanos pues muchos de ellos se hallan en zonas propias de la Vía Augusta o Tarraconense. Y son tan singulares que muchos de ellos también, son conocidos ya por su propio nombre como, por ejemplo, “El pulpo”, “La Farga de Arión”, “La Farga del Pou del Mas”, el “Olivo de las cuatro patas”, etc. Su atractivo es tal que se han creado rutas turísticas alrededor de ellos como la Ruta de los Olivos Milenarios de Castellón, que merece ser visitada.
Hace décadas muchos de estos olivos fueron vendidos, arrancados y transportados desde su lugar de origen a otras zonas distantes de nuestra geografía e incluso al extranjero. Se pagaron cantidades muy importantes por ellos. Afortunadamente normas autonómicas o municipales de protección lo vienen impidiendo desde hace ya tiempo. Muchos de ellos se salvaron así del serrucho gracias a esos compradores foráneos.
Entre ellos hay que destacar la actitud y voluntad protectora de Emilio Botín cuando decidió rodear su ciudad financiera de Boadilla del Monte de un gran parque de olivos centenarios y milenarios que hoy merecen todo el respeto y que son dignos de admiración. Esta es sin duda una de las grandes obras de Emilio Botín al margen de su actividad financiera. Alguien decía que no es casual que Botín eligiese el olivo como símbolo y como objeto de mecenazgo científico porque el olivar es el mayor embajador de la marca España.
Pero hay más, afortunadamente los agricultores que tienen la inmensa dicha de poseer uno o varios olivos de estas características, explotan ya hoy sus aceitunas y sus aceites que envasan y venden bajo marcas que revalorizan su antigüedad. Esos aceites se pagan hoy a precios extraordinarios. Y merecen ser protegidos de modo muy especial.
Parece que el Ministerio de Agricultura está trabajando en una IGP de olivos milenarios que tendría el carácter nacional y abarcaría territorios dispersos, como ocurre con el cava. Es una buena decisión que debería acelerarse, al tiempo que tales olivos milenarios deberían ser declarados Patrimonio de la Humanidad, al igual que “el mar de Olivos de Jaen” –Antonio Machado escribía “¡Olivares coloridos de loma en loma prendidos, cual bordados alamares!”)– y ser protegidos en los lugares donde se encuentran enraizados.
Veamos pues el olivar no solo como un subsector económico de gran importancia para España, contemplémoslo también como ese patrimonio de la humanidad que solo alberga España y del que debemos sentirnos extraordinariamente orgullosos.
Un cordial saludo