Todo para el pueblo pero sin los pueblos: lobo, storytelling y despotismo animalista

Todos los héroes necesitan un villano para salvar el mundo. Walt Disney construyó su imperio en base a esa premisa. Con el tiempo, las técnicas narrativas de ficción se trasvasaron a la comunicación política y corporativa y ahora todo el mundo habla de imponer el relato. Autores de referencia como Cristian Salmon popularizaron el término storytelling al analizar su utilización en política en su conocido ensayo, “Storytelling, la máquina de formatear las mentes de los electores”. Tras una década, este experto confirma el agotamiento de este modelo por la saturación de historias y la pérdida de confianza en las instituciones tradicionales y califica el momento actual como “la era del enfrentamiento”.

Todo para el pueblo pero sin los pueblos: lobo, storytelling y despotismo animalista

Por Rubén Villanueva. Responsable de Comunicación de COAG. 

En palabras de Salmon, el debate bronco y los fenómenos virales han sustituido a la noción de relato, convertido en herramienta inservible por pura saturación y escepticismo. Ante ese descrédito generalizado, “la única manera de sobresalir entre decenas de contrincantes es recurrir a la provocación y la transgresión, lo que explica el auge de la incoherencia como figura retórica, el insulto sistemático y la mentira normalizada”, sostiene el analista francés.

El cuento del lobo

La polémica orden impulsada por el Ministerio de Transición Ecológica para incluir al lobo en el catálogo de especies no cinegéticas, sin tener en cuenta previamente la opinión de los ganaderos, (uno de los colectivos más afectados por el considerable aumento de ejemplares, con 15.000 cabezas de ganado muertas por ataques y más de 6 millones de pérdidas en último año), reúne todos los ingredientes de una buena historia en “la era del enfrentamiento”:

  •  Un jugoso conflicto. Es de primero de guión cinematográfico; sin conflicto no hay historia. En este caso por triplicado:

– Animalistas versus ganaderos de extensivo.
– Polarización política. Universo de la izquierda sociológica a favor de la medida planteada por Teresa Ribera, el espectro de la derecha en contra de la medida planteada por el Gobierno. Todo ello tiene su reflejo en la gran notoriedad mediática del “conflicto”, con el consiguiente sesgo ideológico en función de la línea editorial del medio.
– Brecha entre medio urbano y medio rural. Las prioridades desde un ático con vistas al Paseo de la Castellana no son las mismas que desde un monte bajo de la Sierra de la Culebra.

  • Un entorno mítico. Todo un imaginario colectivo construido en torno a la serie del “Hombre y la Tierra” de Félix Rodríguez de la Fuente.
  • Emoción frente a razón. Dosis extra de insultos y descalificaciones en redes de los perfiles más ultras y fundamentalistas, en base a estereotipos y prejuicios.

En este último aspecto merece una mención especial la virulenta campaña hacia el colectivo ganadero impulsada desde la “superioridad moral” y arrogancia de las élites de los movimientos animalistas y ecologistas más radicales. Una realidad virtual en la que, desde la comunidad animalista y ecologista más extremista, expresarse se ha convertido en sinónimo de enfrentamiento a los ganaderos/as, llevando al extremo eso de “poner verdes” a los hombres y mujeres del campo.

Lo argumenta de forma bastante lúcida el filósofo José Carlos Ruiz en una de sus últimas entrevistas, tras la publicación de su celebrado ensayo “Filosofía ante el desánimo”: “estamos perdiendo el interés por el otro. Lévinas ya lo advertía: la mayor violencia contemporánea pasa por el olvido del otro. Podemos afirmar que el otro sólo nos interesa como elemento que confirme nuestra identidad”.

A nivel de imagen, esta estrategia de gran impacto emocional ha resultado bastante eficaz, posicionado al ganadero como el “malo de la peli” no sólo en temáticas relacionadas con la conservación de especies salvajes, sino en problemáticas de carácter estructural y global como el cambio climático. (En esta problemática han servido a los Maury e Iberdrolas de turno como instrumentos de “greenwhasing” (lavado en verde), alejando del foco de la opinión pública ( y publicada) a los grandes responsables de las emisiones de de CO2 a la atmósfera, las compañías energéticas, 28% del total, y situándolo en las ventosidades de las vacas, 5%).

Todo ello, gracias a un ejército de activistas en redes (embajadores de marca) construido en base a jugosos presupuestos para poder desarrollar sofisticadas técnicas de inbound marketing y growth hacking que facilitan la captación de donantes, fondos e influencia, al estilo de las grandes corporaciones globales. Hablamos de verdaderas multinacionales del activismo que, al hilo de las tendencias y demandas sociales, modelan y amplifican determinados estilos de vida para que la gente se vincule emocionalmente con sus causas y colabore con las mismas.

La tiranía de las emociones

Situar el debate de la coexistencia entre el lobo y la ganadería en un marco tan emocional aleja las soluciones sobre la base del consenso científico. Prohibir la caza del lobo para situaciones excepcionales en comarcas con ataques reiterados, sin conocer el censo real de lobos, ( que diversos organismos sitúan ya cerca de los 3.000) resulta como mínimo atrevido y poco profesional. En todo caso, aunque los estudios científicos dijeran que España es el país del mundo con más ejemplares de lobos, un parte mayoritaria de la comunidad animalista lo rechazaría de pleno.

Una forma de razonar que el profesor de Yale, Dan Kahan, ha estudiado para entender por qué algunas personas rechazan creerse hechos científicos contrastados. Una de sus principales conclusiones; el aval de los expertos no resulta convincente cuando la gente percibe que una idea ataca su identidad. La campaña de desprestigio e insultos a la que han sometido a Odile Rodríguez de la Fuente en redes sociales por un artículo bastante equilibrado y riguroso en El Confidencial es una prueba evidente de ello.

La neurociencia ha comprobado que nuestra identidad no está hecha de razones sino de convicciones que no cuestionamos. Nunca será falso para usted porque nunca lo razonará: sólo lo creerá. Y la ciencia cognitiva apunta que las creencias formadas sobre evidencia insuficiente resultan difíciles de mover.

A todo ello se suma lo que a nivel cognitivo se denomina sesgo de confirmación. Para no pensar mucho ante cada noticia que vemos y tener que afrontar el esfuerzo de evaluar su veracidad, este sesgo nos lleva instintivamente a sobreestimar el valor de la información que encaja con nuestras ideas y creencias. Es un atajo mental que nos hace subestimar e incluso ignorar la información que no coincide con lo que pensamos o creemos. Un filtro a través del cual vemos una realidad que encaja con nuestras expectativas. La influencia del sesgo de confirmación se multiplica con las redes sociales, ya que están diseñadas desde su origen para ofrecernos constantemente información que encaja con nuestros gustos y descartar el resto.

Además, el estudio del profesor Kahan sostiene que si un asunto se ideologiza hasta convertirse en un rasgo distintivo de una identidad política (caso del tema en cuestión), resulta mucho más vulnerable a las ‘fakenews’ y desactiva la capacidad de reconocer el valor del consenso científico. Y en vez de discutir sobre cuáles son las políticas públicas más efectivas para resolver un problema el riesgo es acabar discutiendo si este existe o no, (ejemplo, sostener que el lobo está en peligro de extinción en las CC.AA. al norte del Duero, aunque las cifras oficiales digan justo lo contrario).

El cerebro trabaja para evitar que su visión del mundo se vea amenazada. Kahan lo llama “razonamiento protector de la identidad”. Y no es una cuestión de poca formación. Gente con altas capacidades y estudios superiores es incluso más vulnerable a este sesgo porque es capaz de racionalizar de forma sofisticada nuevos argumentos a su medida para creer lo que mejor le convenga.

De hecho, la gente más formada suele ser también la más dogmática en sus pareceres y la menos proclive a reconocer errores, según explica David Robson en ‘The Intelligence Trap‘. Si tienen tiempo y ganas pueden echarle un vistazo al completo CV de la ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico, Teresa Ribera, y a sus últimas intervenciones sobre la medida que acaba de impulsar en torno al lobo.

El sector ganadero en su conjunto, representando por Asaja, COAG y UPA, ha pedido que se dé marcha atrás a la orden y se abra una mesa de diálogo con los hombres y mujeres del campo para consensuar entre todas las partes afectadas la solución más sostenible para garantizar la coexistencia entre el lobo y la ganadería. Sin embargo, la postura de la ministra no se ha movido en ese sentido.

Uno de los mayores problemas de leer y escuchar mucha información que refleja nuestras ideas es que tenemos la impresión de que la mayoría piensa como nosotros. Eso nos lleva a creer que nuestra opinión es la correcta y que las opiniones diferentes son minoría y están equivocadas. Si sólo escuchamos a la gente que piensa como nosotros y las plataformas donde nos informamos nos refuerzan el mismo enfoque constantemente, es imposible que consideremos otras narrativas. Nos adentramos en una peligrosa “burbuja informativa”. Lo dice Zygmunt Bauman: “el diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú”.

¿Hacia un “despotismo animalista 4.0”?

Para que una decisión política que afecta al medio rural pueda girar en torno a valores ecológicos o sociales auténticos primero debe ajustarse a valores éticos y democráticos. Si no tiene en cuenta la visión de la gente del campo y la idiosincrasia de la cultura rural no es sostenibilidad, es un argumento de venta. En el caso de las ONG animalistas para captar socios, fondos e influencia, y en el caso de los políticos para reforzar su base electoral.

Para contribuir de verdad a un planeta y una vida mejor, organizaciones, gobiernos y partidos políticos no deben caer en tópicos y oportunismos. Deben ser realmente proactivos: escuchar, demostrar y contribuir a solucionar los problemas. De otra manera, y de forma paradójica, la dictadura de las emociones puede arrastrarnos a un “despotismo animalista 4.0”; todo para el pueblo pero sin los pueblos. Quizá no es casual que en la presente legislatura “Teruel Existe” tenga representación parlamentaria en el Congreso de los Diputados. Lo ha dicho Odile Rodríguez de la Fuente en una reciente entrevista concedida a la revista COAG informa: “en las plataformas digitales ya no hay matices para el gris. Todo es blanco o negro. El mundo virtual nos impide disfrutar de la diversidad de colores de la naturaleza”.

Necesitamos un baño de realidad. Aprendamos de iniciativas como Campo Grande “www.grupocampogrande.org”, un grupo de reflexión de carácter nacional compuesto por personas de diferentes ámbitos y entidades relacionadas con el conflicto entre la ganadería extensiva y el lobo ibérico, desde sus diferentes posturas y enfoques.

Vivir del cuento del lobo sólo ha sido rentable para todos aquellos que quieren imponer a los habitantes del medio rural cómo y de qué manera deben vivir en sus pueblos y comarcas. Apenas cuatro centímetros separan en el cerebro la emoción (amígdala) de la razón (neocortex). Estoy seguro de que dos dedos de frente y una dosis extra de sentido común, respeto y empatía bastarían para acortar la brecha.

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