Quizás lo más preocupante y estructural del verano ha sido la emisión del segundo informe del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas, a mitad de agosto, que pone en relación la crisis climática actual con la transformación del modelo de producción de alimentos, la gestión de los suelos y la dieta. Nadie escapa del cambio climático, tampoco la agricultura.
La crisis climática actual y la transformación del modelo de producción de alimentos. Por Jaime Lamo de Espinosa
Querido lector:
Espero que haya pasado un buen verano. Mi última carta, a final de julio, hacía referencia a tres circunstancias angustiantes: la sequía, el calor y los incendios forestales. Julio acabó siendo el mes más caluroso en el mundo entero desde que hay registros. Y agosto contempla un deshielo en Groenlandia nunca conocido (al tiempo que Trump manifiesta su deseo de comprar esa isla-continente). Y ahora, pasado agosto, debo decir que no ha sido este un verano normal. Ni agrícola, ni políticamente y esto tanto en lo interior como en política internacional.
Los que seguimos los medios de comunicación hemos visto todas las polémicas alrededor del logro de una investidura para el mes de septiembre con la posibilidad de unas elecciones abiertas para noviembre, hipótesis que continúa abierta. Seguimos así sin gobierno. Con preocupación hemos asistido a la operación quirúrgica del Rey Juan Carlos, afortunadamente realizada con éxito y con buenos resultados para el Rey emérito. Enhorabuena Majestad. También el Open Arms y su extraño final ha ocupado nuestro tiempo. Y, cómo no, los incendios y en especial el de Canarias.
Al tiempo hemos contemplado en el exterior, los cambios en el gobierno británico que nos llevan inevitablemente a un Brexit duro con todas sus consecuencias, incluidas las que ellos mismos pronostican respecto a la escasez de alimentos en Reino Unido y sus equilibrios con Escocia e Irlanda del Norte.
Y además, los problemas comerciales –mayores aranceles por parte de Trump y devaluación de su moneda por parte de China– hacen todavía más difícil el logro de un equilibrio internacional estable donde España se juega 20.000 millones de dólares en sus exportaciones a los dos grandes gigantes. La guerra comercial es un suicidio. Todos perderemos. Gravar los vinos franceses llevará a represalias europeas. Y menor comercio mundial significa caminar deprisa hacia la recesión, lo que ya hace Alemania.
Además, en nuestro interior hemos sufrido un agosto extraordinariamente caluroso y ausente de lluvias. Otra vez “la pertinaz sequía”. Nuestros pantanos, nuestros embalses, están en una situación muy difícil, con reservas inferiores a la mitad de lo que acumulaban por estas fechas hace un año, un déficit hídrico acusado. Nuestros cultivos han sufrido y sufren por una sequía constante que apela directamente al sistema de seguros agrarios con cifras no conocidas hasta el presente. Se prevén recortes sustantivos en la cosecha del olivar y de uva de transformación. Y el ganado ecológico sufre duramente esta situación.
Por otra parte, el número de incendios forestales –con especial relevancia el de Gran Canaria– ha duplicado los del año anterior, multiplicando por más de cinco la cifra de hectáreas quemadas y constituyéndose así, seguramente, en el peor año en materia de incendios de la última década. Y todo lo anterior es, en buena parte, fruto del cambio climático al que hay que hacer frente.
Por ello, quizás lo más preocupante y estructural del verano ha sido la emisión del segundo informe del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas, a mitad de agosto, que pone en relación la crisis climática actual con la transformación del modelo de producción de alimentos, la gestión de los suelos y la dieta.
Nadie escapa del cambio climático, tampoco la agricultura. Partiendo de que la agricultura y la silvicultura representan el 23% de las emisiones de efecto invernadero y del posible aumento de las sequías en muchas regiones, así como porque un tercio de la comida se pierde o desperdicia, hechos estos ya conocidos por todos, el informe concluye –quizás muy simplificadamente– con una recomendación dietética dirigida fundamentalmente contra el consumo de carne, dadas las enormes emisiones del ganado.
De algún modo, el Informe nos retrotrae a Malthus y nos advierte de que el crecimiento demográfico, esta vez sí, puede ser afectado, restringido, por las limitaciones que el mundo debe imponerse para contener el cambio climático, vía la forzada reducción de las emisiones de la agricultura y ganadería, especialmente esta última. La seguridad alimentaria –tema sobre el que hemos escrito y hablado mucho– está pues comprometida.
Es cierto que también recomienda la mejora orgánica de los suelos y el uso de variedades mejoradas genéticamente –repito el uso de variedades mejoradas genéticamente– para tolerar el calor o la sequía. Y en el ámbito forestal recomienda la mejora de su gestión, el manejo del carbón orgánico de los suelos y reducir la deforestación.
Pero en esencia el acento lo pone en las dietas que deben basarse más en productos vegetales que en animales con la finalidad de que para el año 2050 no deban añadirse varios millones más de kilómetros cuadrados de tierras para la producción alimentaria.
El informe ya ha tenido algún efecto pues una universidad británica, la de Goldsmiths, ha tomado ya la decisión de prohibir el consumo de carne de vacuno en su campus para el curso próximo. Decisión algo precipitada parece… Y en sentido contrario, manifestaciones opuestas al Informe por parte de múltiples organizaciones profesionales de ganaderos, españolas y extranjeras, bastantes puestas en razón en su argumentario.
También este informe ha empezado a generar otro debate que sí afecta grandemente a España y sobre el que volveremos en cartas posteriores: el cambio climático y los regadíos. Es decir si el regadío es una buena o una mala adaptación al cambio climático.
Yo pienso que es una adaptación necesaria, obligada. Porque tenemos muy pocas posibilidades de aumentar nuestros rendimientos sobre nuestros secanos y aunque se mejoren las posibilidades de incrementar nuestras producciones globales serán escasas. Es necesario considerar el agua como un bien común, de todos, contemplar los trasvases como una necesidad tanto mayor cuanto el cambio climático afecte más y más –y vamos camino de ello– a nuestros cultivos tradicionales y a ciertas regiones, y seguramente nuestra única tabla de salvación para mantener o elevar nuestra producción agrícola y/o ganadera será forzar nuevos regadíos con nuevos trasvases.
Ya sé que este tema es de enorme complejidad y lleno de sensibilidades territoriales e identitarias difíciles de abordar pero será necesario hacerlo a causa de un cambio de paradigma al que el cambio climático nos obliga.
Un cordial saludo