Estamos ante una situación compleja. Y de algún modo nueva por su intensidad y por la confluencia de factores que perturban la economía en general y la cadena alimentaria, en particular. Pero, ahora sí, inesperada. De pronto los precios de todo aquello que suponen costes para la agricultura, la ganadería y la cadena se han disparado. Y no estamos seguros de que tales sobrecostes acaben siendo repercutidos al producto final y puedan ser asumidos por el consumo.
La escasez de alimentos y sus precios. Por Jaime Lamo de Espinosa
Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.
Querido lector:
Hoy tocaría hablar de la PAC y del documento entregado por el ministro Planas a la Comisión sobre la isla de La Palma. O de la reunión en Glasgow sobre el cambio climático. O de los problemas del agua en España, que tan bien ha sintetizado Andrés del Campo en su artículo “¿Planes hidrológicos o ideológicos?» (AgroNegocios). Pero hoy el campo está asfixiado por los costes que le llevan al límite y empezando a vivir una historia para no dormir. La “doble presión inversa” a la que tantas veces he aludido está aquí y con determinación. Suben con fuerza los costes de producción y es difícil repercutir los mismos a lo largo de la cadena subsiguiente.
Estamos ante una situación compleja. Y de algún modo nueva por su intensidad y por la confluencia de factores que perturban la economía en general y la cadena alimentaria, en particular. Pero, ahora sí, inesperada. De pronto los precios de todo aquello que suponen costes para la agricultura, la ganadería y la cadena se han disparado. Y no estamos seguros de que tales sobrecostes acaben siendo repercutidos al producto final y puedan ser asumidos por el consumo.
En los últimos meses hemos visto subir los costes de la energía (eléctrica, gas y petróleo) en proporciones nunca conocidas. Es el “invierno energético”. La prensa y los medios nos lo recuerdan día a día y nos alertan de sus consecuencias. Se habla ya del “gran apagón” en Austria o en España. Esos precios se han multiplicado en Europa por 4 o 5 y además, los precios de emisión de CO2 lo han hecho por 3. El del MWh crece y crece diariamente y los costes de producir esto o aquello lo hacen al tiempo. En mi Carta de 1.9.2020 ya advertí de las graves consecuencias de esta subida energética. Y naturalmente, también la agricultura y la industria alimentaria está sufriendo esta inusitada situación.
Y las escaseces en el horizonte cercano con el suministro de gas elevan sus precios dados los problemas de Argelia con Marruecos, aunque ahora algo mitigados con Argelia, pero no resueltos. Y el petróleo ha subido un 51% en este año. Además, muchas fábricas, no del sector, pero sí de otros, han paralizado sus cadenas de producción. Los suministros de componentes, chips, materiales, etc., no llegan. La crisis del transporte marítimo nos afecta. Y así la industria agroalimentaria (IAA) no encuentra materiales de envase final para sus productos: botellas de vidrio para el vino, etiquetas, cartón, etc. Y las materias primas por el impacto de la escasez de contenedores, no dejan de subir, generando graves problemas a las IAA.
Al tiempo se ha elevado el Salario Mínimo Interprofesional, –nada menos que un 33,16% en tres años– una vez más en este mismo año y esto repercute y mucho en los costes laborales de la agricultura, más aún en época de recolección de cosechas y cuando la mano de obra extranjera, que era abundante, ahora es escasa porque mucha salió de nuestro territorio en los momentos duros de la pandemia y, pese a los que quedaron, faltan en el campo tractoristas y jornaleros para la recolección porque, aunque en esos municipios hay abundancia de inmigrantes, estos no quieren trabajar porque no les compensa dadas las subvenciones que reciben.
Y los agricultores que están sembrando encuentran los fertilizantes con subidas que algunos cuantifican en un 300%, el gasóleo un 70%, los piensos entre un 25% y el doble según los casos, los plásticos de invernaderos un 25%, los regantes estiman un aumento del 300% de su coste energético, etc. Esta durísima presión viene de los insumos, ¿pero se trasladará al producto final en los comercios, a los consumidores? Ahí está el problema.
Porque al tiempo, estas alzas se contraponen con un viento que sopla en favor de parte de la agricultura: algunos productos agrícolas no dejan de subir, lo que beneficia y no poco a los agricultores. Los precios de los cereales y otras commodities se han disparado globalmente y siguen en alza en este otoño amenazando con subidas del 35 al 45% sobre el año anterior. Estamos ante una mayor demanda mundial, la del postcovid, unida a una cierta escasez de oferta nacional y europea. Pero naturalmente aquellas alzas tienen una fuerte repercusión sobre los piensos, los costes de alimentación animal que, de cumplirse lo previsto en la Ley de Cadena Alimentaria, deberían repercutir sobre los precios al consumo.
En nuestro mercado interior, la cebada, el trigo blando y el maíz han subido respecto a la media del pasado año cerca de un 50%. Y suben cada semana según las cotizaciones de la Lonja de Barcelona (también fuera, en la Bolsa de París o de Chicago). Y aumentos semejantes, aunque algo menores, cabe aplicar a la soja. Y estos porcentajes repercuten gravemente sobre los costes de la avicultura (teme perder más de 300 millones de euros por el incremento de costes) y el porcino, en suma la ganadería no extensiva, la de granja, en muchos casos de macrogranjas, también la leche donde los ganaderos dicen que 1 litro les cuesta producirlo no menos de 40 céntimos. Y su traslado al consumo no está asegurado. Aún mayor, 70%, es el aumento de precio de los trigos duros para la alimentación humana. Y no olvidemos que los Consumos Intermedios representan el 44,7% de la Producción Final Agraria (PFA) y de ellos, los piensos casi la mitad de estos y una muy alta proporción de la Producción Final Ganadera (PFG).
Y esta deriva inflacionista se produce en una campaña en la que la cosecha de cereales ha sido en España de 24 millones de toneladas, segunda campaña de la historia tras los 27,6 Mt de la anterior. Pero el mercado precisa no menos de 38 millones de toneladas y esto obligará a la importación de unos 12,8 millones de toneladas de cereales según Cooperativas Agroalimentarias, es decir, casi media cosecha, a altos precios. De ellos, unos 7,2 millones de toneladas llegarán de la Unión Europea y el resto de países terceros. Y sobre ellos influye que los futuros de soja de Estados Unidos están en alza, que el pico de 2021 del maíz está en un momento también alcista y la avena registra máximos históricos. Todo ello tras ocho años bajistas de cereales y oleaginosas. Desde Asaja Castilla-La Mancha, José María Fresneda, nos advierte sobre un posible desabastecimiento de cereales en España (26.10.2021).
La población mundial creciente, pese a la pandemia, alimenta este fenómeno de aumento de demanda. Ello es debido en parte a la recuperación de las economías de China, EE.UU y la propia Unión Europea y fuertes compras de Arabia Saudí, Egipto, etc. Y China está aumentando su porcino y con ello su demanda de cereales. Y además, acaba de instar a su población a almacenar alimentos ante una posible escasez invernal por fenómenos climáticos y coronavirus.
Al tiempo, en estos precios de importación influyen también los altos costes de los fletes y los problemas de los suministros mundiales. El coste del transporte marítimo no deja de crecer. El Baltic Dry Index que mide los fletes de los buques graneleros, y que anticipa el futuro de la economía era de 411 en febrero de 2020 (ver mi Carta de 15.3.2020) cuando estaba en 2.500 en septiembre de 2019. Ahora, se ha situado en 4.854 (el pasado 15 octubre) tras caer en una semana desde los 5.526 puntos. Eso muestra el alto coste del transporte de carga seca, entre ella las commodities.
Además las previsiones del Fondo Monetario Internacional, del Banco de España, del Instituto Nacional de Estadística, de FUNCAS o de la AIReF sobre el crecimiento del PIB son todas reduccionistas sobre las previsiones del gobierno, previsiones sobre las que se fundan los presupuestos, más o menos creíbles, de 2022. Incluso el PIB del verano creció solo un 2% y anticipa una recuperación lenta. Presupuestos que hacen crecer en cifras muy elevadas el gasto corriente cuando habría que estar forzando la inversión productiva y generadora de empleo rentables –véase el ejemplo de Biden destinando 1,2 billones de dólares a infraestructuras– no al aumento de empleados públicos, de asesores, sin saber muy bien su función.
Y ello, unido a los temores generalizados de tipo económico –miedo al paro, despidos, etc.– está contrayendo el consumo pues la cautela, el temor a lo inmediato, la escasa confianza en la evolución económica, induce a la precaución consumista y ese menor consumo afecta de lleno a las ventas del final de la cadena alimentaria.
Porque ni que decir tiene que todo este proceso tiene como final el precio del producto al consumo. Es ahí donde acaba la cadena… luego sigue la Gastronomía. Y en el Congreso anual de AECOC celebrado el pasado 20 de octubre, su presidente ya advirtió que, dada la situación, “estamos condenados a tener inflación”. Regresamos al inicio, es decir veremos subir los precios al consumo. Y añadió: “Es un desafío enorme para un sector que tiene poco margen”. Los temores de las grandes patronales sectoriales, como la industria en FIAB, también son claros.
El consumo –que es el 55% del PIB– arranca lentamente pese a un exceso de ahorro. Solo la red Horeca, restaurantes, tabernas, bares, etc., está salvando las ventas del sector dada la ilusión y apetencia por salir, reunirse, socializarse, vivir en suma,… Decía Brillat Savarin “el mundo dependerá de cómo se alimente”, y así lo citaba el gran chef José Andrés al recibir el Premio Príncipe de Asturias hace una quincena. Y pese a ello existe un cierto temor fundado en el cierre de comercios por no poder trasladar unos costes inabordables.
Es por eso que el FMI advirtió hace poco (junio 2021) que “la subida de precios de los alimentos solo acaba de empezar para los consumidores”. Y Vaclav Smil, el gran científico checo, nos ha advertido hace muy poco: “En cinco años habrá escasez de agua y alimentos”.
Habrá que vigilar atentamente los mercados.
Un cordial saludo