En octubre de 2019 la entonces recientemente elegida nueva Comisión Europea presentó con gran pompa la Estrategia “De la granja a la mesa”. Haciendo gran hincapié en la parte relativa a la “granja” dentro de la ecuación, la Comisión propuso una serie de objetivos ambiciosos en los ámbitos agronómicos más destacados, a saber: reducir un 50 % los productos fitosanitarios, reducir un 20 % los fertilizantes, dedicar el 10 % de la superficie agrícola a usos no productivos y dedicar el 25 % de la superficie agrícola a la producción ecológica (1).
La respuesta de la CE ante las nuevas técnicas genómicas en el sector agrario. Por Pedro Gallardo.
Por Pedro Gallardo. Agricultor, presidente de ASAJA-Cádiz y vicepresidente de ASAJA. Presidente del Grupo de Trabajo «Oleaginosas y proteaginosas» del Copa-Cogeca y vicepresidente del COPA
Este anuncio causó el efecto prodigioso deseado, ya que… ¿quién rebatiría los principios generales que defiende esta Estrategia? La Estrategia «De la granja a la mesa» y el Pacto Verde, al que se vincula, han dado paso a una nueva era en Bruselas en lo referente a la agricultura: una era de controversia sobre los principios generales.
Hoy en día, nos dedicamos a debatir acerca de “macroagregados”, cuyas consecuencias son muy difíciles de medir y cuyas repercusiones son impredecibles. ¿Qué pruebas hay de ello?
Llevamos un año a la espera de una evaluación de impacto (un procedimiento de la UE común y habitual) sobre los distintos efectos de esta política y sus implicaciones para la política comercial de la Unión Europea. Un año, sin la más mínima respuesta por parte de la Comisión Europea.
Para colmo, y seguramente por primera vez en la historia, tuvo que ser el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), el que elaborase el primer estudio sobre la que, según parece, está llamada a ser “la Política Agrícola estrella” de la UE (2).
Sin embargo, esto no parece detener el curso de las discusiones, ni de los debates virtuales, que se multiplican a pesar del abismo que se está creando entre el campo y la esfera política en Bruselas, a causa de la pandemia de Covid.
Los agricultores y las cooperativas agrarias de la Unión Europea están preparados para dar un paso al frente. Somos tan conscientes como las ONG de los desafíos relacionados con el clima y la biodiversidad. Y medimos las consecuencias reales de ellos día a día en nuestros campos.
La diferencia es que nosotros intentamos encontrar “micro soluciones” de verdad, lejos de abstracciones. Mis compañeros ganaderos trabajan con ahínco para mejorar sus granjas, invirtiendo en energías renovables y, por nuestra parte, nosotros, los agricultores, probamos nuevas prácticas para limitar el laboreo y el uso de fertilizantes (cuyos precios son ridículamente desorbitados).
Estas medidas voluntarias son pasos concretos, medibles y aplicables. En cambio, ¿dónde están las opciones e instrumentos concretos que nos propone la Estrategia «De la granja a la mesa»?
Ese es el debate que yo espero impaciente. Ese es el debate que podría despertar la ilusión por este proyecto político en nuestro medio rural. Este es un tema, que calmaría la ansiedad que crece desde hace unos años en nuestra profesión por saber qué opciones concretas quedarán disponibles para los agricultores en un futuro próximo.
A la búsqueda de soluciones
¿Qué soluciones podríamos poner en marcha con rapidez para poder responder a los desafíos de sostenibilidad, seguridad alimentaria y competitividad?
Una opción que la gran afición de la Comisión Europea por la tecnología parece respaldar es un mayor uso de la tecnología digital. Nosotros apoyamos plenamente el uso de nuevas tecnologías en la agricultura, siempre y cuando sean asequibles para los agricultores. Esta opción, no obstante, se ve agravada por el hecho de que muchas zonas rurales carecen de una conexión a Internet de banda ancha fiable.
La otra gran opción, que fue galardonada con el Premio Nobel en 2020, es lo que se conoce como las “nuevas técnicas genómicas” (o NGT, por sus siglas en inglés). Estas nuevas técnicas agronómicas, asociadas a otras prácticas agrícolas virtuosas, nos podrían ayudar a combatir de forma concreta los problemas reales, a un coste razonable.
Estas nuevas técnicas genéticas son diversas y la mayoría de ellas han sido diseñadas para ayudar a las plantas a lidiar con los nuevos riesgos climáticos, las pronunciadas variabilidades de temperatura o los ataques de insectos y hongos que, como sabemos, son cada vez más frecuentes. Paralelamente, ayudarían a incrementar el rendimiento y así, poder superar el desafío de una mayor demanda de alimentos.
La paradoja es que algo que fuera merecedor de un Premio Nobel en 2020 en Estocolmo, fuera por su parte desacreditado por una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) en 2018 en Luxemburgo (3) …¡Así es Europa!
En los próximos días es muy probable que este tema suscite de nuevo un debate candente en Bruselas (4), dado que la Comisión debe publicar un estudio sobre esta cuestión, tal y como lo solicitó el Consejo Europeo en noviembre de 2019.
Como dicta el efecto Dunning-Kruger en la psicología social, los argumentos que se harán oír con más fuerza y contundencia serán, sin duda, los de quienes menos conocen el mundo agrícola. Yo me pregunto: ¿sacarán los agricultores algo positivo de este debate? Hace ya más de una década que observo este debate.
Llevo años escuchando las múltiples presentaciones de los científicos que trabajan en la materia que, cada vez más a menudo, deben salir de nuestras fronteras para continuar su trabajo.
Los que se quedan no llegan a entender esa corriente de opinión que solo hace caso a una ciencia de geometría variable y que hace referencia a un concepto de “Naturaleza” puramente teórico e idealizado (5).
Situación insostenible
Después de todos estos años, sé que estas técnicas evolucionan con tal rapidez que, incluso, un observador enterado tendría grandes dificultades para seguir el ritmo de los últimos desarrollos científicos.
También sé que estas nuevas técnicas genéticas, puesto que “simplemente” aceleran los procesos de selección natural, serán difíciles de detectar por parte de nuestras autoridades, por más que dejemos correr el tiempo y que elaboremos, en última instancia, leyes y normativas impracticables.
Sé por experiencia que si no revisamos nuestro planteamiento sobre esta cuestión, los agricultores europeos acabarán en una situación insostenible, acorralados entre las normas del Mercado Común y las prácticas comerciales del exterior.
La misma Comisión Europea que avala en su informe la sentencia del Tribunal de Justicia de la UE en todos sus aspectos, tendrá que explicarnos en términos concretos cómo pretende entonces ejecutar los principales principios de su Estrategia «De la granja a la mesa».
Hasta ahora, la Comisión Europea, por medio del vicepresidente Frans Timmermans, no ha perdido ni un segundo en recordarnos con elocuencia qué herramientas se deberían prohibir. Sin embargo, sigo esperando saber cuáles son los instrumentos positivos que propone la Comisión.
Todavía pocos consumidores en Europa son conscientes de las consecuencias que podría acarrear una “política de principios” desprovista de soluciones concretas, así que permítanme enumerar algunas de ellas: una subida de los precios al consumo, el cierre de muchas explotaciones agrícolas, el riesgo de un injusto sistema alimentario a dos velocidades, una brecha en la seguridad alimentaria ante el incremento de las importaciones de terceros países, y en definitiva, dificultades para ejecutar y hacer cumplir nuestras propias normas.
No nos equivoquemos: ser incongruentes y reacios a hablar de soluciones concretas hoy en día, nos creará grandes problemas el día de mañana.
(1) https://ec.europa.eu/food/farm2fork_en
(2) https://www.ers.usda.gov/publications/pub-details/?pubid=99740
(3) https://curia.europa.eu/jcms/upload/docs/application/pdf/2018-07/cp180111es.pdf
(4) https://ec.europa.eu/food/plant/gmo/modern_biotech/new-genomic-techniques_en
(5)https://www.youtube.com/watch?v=o25muwhdAdw&ab_channel=AFBVBiotechonologiesV%C3%A9g%C3%A9tales