Estos resultados electorales deberían causar una nueva forma de relacionarse con China, con Reino Unido, con la Unión Europea y con España, si el discurso nacionalista trumpista cambia hacia la moderación y los acuerdos comerciales.
Los Estados Unidos que las democracias occidentales necesitamos. Por Jaime Lamo de Espinosa
Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.
Querido lector:
Cuando escribo estas líneas, las elecciones norteamericanas han terminado pero los conflictos internos entre candidatos continúan. Los resultados arrojan una mayoría en votos personales (más de 75 millones, el mayor jamás obtenido) y en compromisarios en favor del demócrata Joe Biden. Será el segundo presidente católico tras Kennedy. Y ha buscado un voto centrista y lo ha hallado.
Pero el todavía presidente Donald Trump se resiste a aceptar los resultados y anuncia nuevos recuentos y conflictos legales ante los tribunales que acabarán en el Colegio Electoral. Está, con ello, destruyendo las partes positivas de su mandato. Y, si sigue así, tendrá que salir de la Casa Blanca sin la serenidad y caballerosidad que le es exigible, y que forma parte de la tradición presidencial de EE.UU.
No es bueno todo este proceso. Lo único que hace es confirmar una profunda fractura en la sociedad norteamericana que hará más difícil la gobernación del país, cualquiera que sea el resultado final de esta polémica. Más aún con un Senado previsiblemente con mayoría republicana. “Es el momento de sanear a América”, ha anunciado Biden. Ardua tarea para él y su equipo. Enfrente no encontrarán muchas facilidades. Y si no lo logra podría ser un Estado fallido como se pregunta Paul Krugman (New York Times 6/11/2020).
Trump ganó las elecciones de 2016 gracias al apoyo del “cinturón de óxido” –el rust belt y sus viejas fábricas desmanteladas–, de las amplias zonas rurales de la América profunda y de la población blanca. Ahora muchos de aquellos apoyos han variado. El rust belt ha votado ampliamente en favor del demócrata. Pensilvania es un claro ejemplo. La zona del acero de Pittsburg no ha visto aquellas promesas cumplidas, las grandes zonas agrarias y de parques naturales se han debilitado y el área cultural de Filadelfia ha seguido votando demócrata. El final ha sido un cambio favorable a Biden. También la población afroamericana se ha vuelto hacia este. Y, además, ha habido mucha población inmigrante, sobre todo en California, enfrentada a Trump por su política con México. No así la de Florida. Y su no lucha frente al coronavirus no le habrá ayudado mucho con más de 100.000 contagios diarios y un ritmo de muertes altísimo.
Otro movimiento también es el ocurrido con el voto agrario que no le ha sido tan fiel como hace cuatro años, aunque haya prevalecido. Y eso traerá consecuencias sobre la política de la mayor potencia agraria el mundo, que es EE.UU. En anteriores elecciones los agricultores, que son algo menos del 2% de la población laboral, votaron republicano. Ahora llevan años sufriendo una cierta crisis. Y muchos se han alejado. Han sufrido las consecuencias negativas del neoproteccionismo comercial, de la cruzada arancelaria de Trump entre EE.UU, México, Canadá y China, país este último que ha cerrado en buena medida sus importaciones de soja y carne de porcino, provenientes del corn belt, donde se produce el 40% del maíz mundial.
Y la tregua entre China y EE.UU alcanzada en enero, pensando en las elecciones, no ha llegado a calar entre sus electores, no ha sido suficiente para compensar los negativos efectos sobre las exportaciones sufridos durante los años 2018 y 2019. Porque no hay que olvidar que China es también una gran productora mundial de maíz y soja.
La Farm Bill de 2018, acordada entre demócratas y republicanos, ha seguido. Pero la pandemia ha obligado a forzar el programa de ayuda alimentaria. Y ello ha llevado a unas ayudas de 40.000 millones de dólares (33.796 millones de euros) en septiembre 2020, lo que ha permitido que sus agricultores hayan percibido el 40% de sus ingresos en ayudas directas e indirectas de la administración, unos 16.500 dólares (cerca de 14.000 euros) por agricultor en promedio. Ayudas impulsadas en favor de la captación de los condados rurales, agrícolas o rancheros.
Pero también aquí ha habido cambios. Hasta última hora, por ejemplo, dos estados, Michigan y Wisconsin, han sido claves para la victoria. Ambos son eminentemente agrarios y han votado por Biden. Es digno de señalar que en Wisconsin el futuro del sector agrícola es un tema fundamental, dada la enorme importancia del cereal y la ganadería lechera en ese estado. Y también, que forma parte de los diez grandes estados agrarios de allí, junto a California, Iowa, Nebraska, Texas, Minnesota, Illinois, Kansas, Carolina del Norte e Indiana. Y varios de esos estados configuran el famoso corn belt que fue calificado en su tiempo por el vicepresidente Henry A. Wallace como “la más productiva civilización agrícola que el mundo ha visto”.
La lucha en los condados y en los estados agrarios, por el voto rural, en estas elecciones ha sido, pues, muy importante. Los profesionales agrarios llevaron a Trump en 2016 a su éxito electoral pero ahora, cuatro años después, el apoyo del campo a Trump se ha reducido en parte como consecuencia de guerras comerciales, antes mencionadas, donde no siempre se ha obtenido lo que se perseguía. Las exportaciones de maíz y soja a China solo se han recuperado parcialmente en 2020, tras dos años de fuertes caídas. Y a ello hay que añadir otro foco de tensión que ha sido el biocombustible, pues un 40% del maíz producido en Estados Unidos se dedica al etanol y ciertas normas sobre su uso fueron alteradas por Trump de modo negativo para los intereses agrarios durante un tiempo, aunque luego fueron corregidas. Los líderes de 23 organizaciones de productores de maíz escribieron al presidente: “La frustración del campo está creciendo”.
Estos resultados electorales deberían causar una nueva forma de relacionarse con China, con Reino Unido, con la Unión Europea y con España, si el discurso nacionalista trumpista cambia hacia la moderación y los acuerdos comerciales. El mantra de Trump de “los aranceles son buenos” debería finalizar aquí. Y el apoyo incondicionado al premier británico en el Brexit debería moderarse en favor de las buenas relaciones con la Unión.
Desde España todos hemos seguido con interés estas elecciones por su transcendencia sobre nuestra agricultura, hoy negativamente afectada por los famosos aranceles al aceite de oliva, a las aceitunas, al queso y al vino fijados hace un año. Ya entonces se escribió “no digan aranceles, digan elecciones”. Trump atacó la agricultura de la UE para recuperar el voto rural, aunque parece que no con mucho éxito. Y aunque fuera legal, como así fue sentenciado por la OMC, en razón de las ayudas a Airbus.
España, en 2018, exportó a EE.UU el 4% de nuestras exportaciones agroalimentarias. Pero desde octubre de 2019 y hasta finales de ese año nuestras exportaciones a EE.UU cayeron un 5% a causa de los aranceles, que también han provocado una caída del valor de nuestra exportación a ese país del 8,7% de enero a mayo de 2020.
Confiemos en que se consolide el triunfo de Biden y que ello pueda mejorar a medio plazo los aranceles con España, sumarse al Acuerdo del Clima de París, apoyar a la OMS y fijar una nueva política frente a la pandemia. Y que pueda encarrilar esa división fuertemente atizada por los republicanos. Una división que puede llevar al país por caminos no predecibles ahora y quitarle el privilegio de ser la nación más poderosa de la tierra y la que orientaba todas las democracias.
Hace siglos aquello era el Nuevo Mundo. Ahora va camino de ser un mundo nuevo. Ojalá que no sajado en dos sino logrando la armonía, la reconciliación y el consenso. Esos son los EE.UU necesarios para controlar la pandemia y su economía. Los Estados Unidos que las democracias occidentales necesitamos.
Un cordial saludo