Nuestra agricultura en la rueda del ratón
José Manuel de Las Heras Cabañas. Coordinador Estatal de Unión de Uniones
Los éxitos en la gestión de Lopez de Arriortua -el famoso Superlópez- en el sector automovilístico en los primeros años 90, se cimentaron sobre una agresiva presión en precios a aquellos proveedores cuya actividad estaba subordinada al suministro de sus empresas. Hoy este tipo de prácticas, que rayan lo coercitivo, son ya frecuentes en la estrategia de las grandes empresas.
Negociar precios con los proveedores es lícito. Imponérselos a la baja, hasta asfixiar su rentabilidad, a sabiendas de que la mayor parte de la producción tiene como mercado un único negocio es un comportamiento, como mínimo, éticamente discutible.
En este contexto se encuentran muchos agricultores y ganaderos de nuestro país. El proceso de concentración, consentido y hasta auspiciado por los poderes públicos, de la industria y, sobre todo, la gran distribución agroalimentaria nos ha abocado a que 10 grandes marcas controlan a nivel mundial el 70% de los alimentos que llegan a nuestras mesas. Eso ha convertido a los productores en trabajadores autónomos sobre el papel, pero dependientes en la práctica de las empresas dominantes locales. Sin derecho a decidir sobre la gestión de su empresa y producción, sin disfrutar siquiera de la flexibilidad que la condición de autónomo debiera otorgarles y cautivos y desarmados por un sistema que se consagra al libre mercado. Pero ¿realmente existe ese libre mercado o es sólo un espejismo?.
Para que haya libre mercado ha de darse la condición de “…que entre los participantes de una transacción comercial no haya coerción, ni fraude,(…) que todas las transacciones sean voluntarias”. El debate de ética y mercado que ha ocupado y fundamentado obras de filósofos y economistas como Weber o Adam Smith sigue en boga hoy, en el umbral de la segunda década del año 2000 y las perspectivas de llegar a una conclusión y cierre son pocas.
Al final todo es relativo. Lo que es absoluto y una realidad es lo que está ocurriendo en nuestros campos. El libre mercado no existe para nuestros agricultores y ganaderos. No es cierto que tengan alternativas, o al menos no tantas, como para poder subsistir. Y, lo peor, porque hay cosas aún peores, es que tienen los impuestos de los autónomos y el quasi esclavismo de los dependientes, dependientes absolutos, atrapados en la rueda de ratón, en una libertad que parece que, hace tiempo, les dio la espalda, obligados a vender a precios ruinosos haciendo a las grandes empresas más competitivas mientras ellos son cada vez más pobres.
Unas grandes empresas, que envalentonadas por una PAC desprovista de mecanismos de regulación del mercado, basan su mayor competitividad en la doctrina Superlópez aplicada tanto a productores como a consumidores y no, como deberían, en una leal rivalidad económica entre ellas que, como han puesto de manifiesto en reiteradas ocasiones las autoridades de competencia, brilla por su ausencia en el sector agroalimentario.
Pararse y dejar de dar vueltas en la rueda de ratón es abandonarse a una incertidumbre, si cabe, más fuerte. Entonces, ¿cuál es la solución para que los que se encargan de llenar la despensa de todo un país no vayan a la quiebra y abandonen su actividad?
Desde que en 2009 la Comisión Europea publicara su Comunicación “Mejorar el Funcionamiento de la Cadena Alimentaria”, han tenido que pasar 6 años para que los bodegueros de este país, no sin resistencia numantina, compren la uva con contrato y paguen en plazos concretos (de precios no hablamos) o para que se reconozca el derecho de las organizaciones de productores de leche para negociar en nombre de sus ganaderos. Pero son cambios limitados y lentos, porque quebrar la inercia oligopolística del sistema no es fácil… máxime si quien gobierna no desea caer antipático a los poderosos.
La Ley de Mejora de la Cadena Alimentaria es un avance, aunque mucho menos ambicioso del que hubiera sido necesario. Habría que definir lo que es una posición de dominio, que no está en la Ley, para que se puedan sancionar los abusos que desde ella se ejercen. Habría que filtrar las relaciones comerciales con países terceros para no poner en nuestras mesas productos importados que no cumplen los estándares de calidad, sostenibilidad o seguridad que exigimos a los propios. Habría que no entrar ni a discutir siquiera, los acuerdos como el TTIP, que contemplan los alimentos como si fueran wolframio y para los que el hambre en el mundo es solo una cuestión de demanda con la que especular. Habría que remunerar y reconocer a los agentes de la cadena que contribuyan a su funcionamiento equilibrado no con un comportamiento legal, que se da por descontado, sino ético.
La primera condición para impulsar el cambio es la voluntad de cambio. Sólo así es posible que llegue un día en que nuestros ganaderos vendan la leche o las uvas a un precio justo que logre cubrir, al menos, los costes de producción. Sólo así es posible que llegue un día que ya no se hable del sector cunícola o del aceite de oliva seguido de la acepción de “venta a pérdidas”. Sólo así es posible que un día el precio de un pimiento o un limón no se multiplique por 10 entre el surco y la cesta del consumidor. Quizá llegue ese día… más vale que llegue ese día o, hartos de mover la rueda de ratón que no conduce a ninguna parte, nos vamos a quedar sin agricultores y ganaderos que gestionen de manera sostenible nuestro patrimonio agrario, rural y natural.