Al grano. Vidal Maté
OMS, errores y advertencias a la industria alimentaria
Durante las últimas semanas, la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC), de la Organización Mundial de la Salud, hacía públicos los resultados de una de sus monografías, referida en esta ocasión a los efectos cancerígenos del consumo de productos procesados de la carne por calor, humo, salazón o curados, así como de las probabilidades de que esos mismos efectos los produjera también el consumo de carnes rojas con ingestas superiores a los 50 gramos por día. El estudio, avalado por más de 800 estudios epidemiológicos y analizado por 22 científicos de una decena de países, entre otros muchos datos, llegaba a la conclusión de que ese tipo de consumo podía provocar hasta 15 tipos de cáncer preferentemente colorrectal, de páncreas o de próstata.
Todos los sectores ligados a la carne, desde la producción a los industriales, ya conocían desde hace meses la existencia de ese informe, sus conclusiones y de ahí que, también desde hace un tiempo, casi una veintena de organizaciones agrarias, sectoriales, interprofesionales, las Cooperativas Agroalimentarias y la industria reclamaran insistentemente por escrito a varios miembros del Gobierno, desde la vicepresidenta a la ministra de Agricultura, una entrevista que nunca se celebró para que un panel de expertos españoles y el Comité Científico de ese organismo analizaran esas conclusiones y evitar comunicaciones precipitadas e incompletas de los mismos, como así ha sucedido.
Presentados los resultados del informe de esta manera, los datos provocaron inicialmente la alarma en el conjunto del sector de la industria de la carne, principal pilar de la industria alimentaria española, con una facturación de unos 22.000 millones de euros, más de 100.000 trabajadores en casi 4.000 empresas que exportan por valor de unos 5.000 millones de euros. Afortunadamente para el sector, el consumidor reaccionó con prudencia, consciente de los peligros de los abusos en todo tipo de dietas, pero curado ya del bombardeo permanente de los riesgos para la salud por la ingesta de diferentes productos.
Al grano. Nadie pone en duda que la OMS se pasó en sus alertas y que no comunicó adecuadamente los riesgos del consumo de los productos de la carne procesados por el calor o el humo y, sobre las probabilidades de ser provocado también por el consumo abusivo de carnes rojas. Nada nuevo bajo el sol, pero expuesto de tal forma como para provocar alarma entre la población. Pero, pasada la crisis que no llegó a existir, hay un fenómeno del que la industria no puede ser ajena.
En los últimos años, cada día aparecen estudios y análisis –en muchos casos la verdad es que no se sabe muy bien por qué o por quién han sido impulsados– sobre el consumo abusivo o no de productos alimentarios y su relación con los índices de colesterol, con los problemas de obesidad, de tensión o los riesgos de infartos, cuestiones de gran preocupación en las sociedades industrializadas.
Como causantes de problemas de otro tipo relacionados con la salud, también han estado, en el pasado reciente y se mantienen en el punto de mira, otros productos como el azúcar, las grasas, la sal, los plaguicidas o los conservantes de todo tipo.
Los productos más saludables beneficiosos para la salud constituyen una nueva demanda que necesariamente día a día va ganando terreno en el conjunto de la industria alimentaria. Quien no se monte en ese carro tiene el peligro de quedarse fuera del circuito. La industria del agua ha revalorizado el producto en esa línea con una oferta variada en función de las cualidades de cada una para la salud y hasta es posible encontrar aguas de colores. Se ha multiplicado la oferta de todo tipo de bebidas en función de la demanda y necesidades de cada colectivo con la salud y hasta la edad como eje. En el campo del azúcar, la industria se esfuerza en elaborar nuevas ofertas tratando de preservar el sabor del producto con menos calorías, como sucede con el sector galletero, pastas o los productos de la leche bajos en sal o grasa o con diferentes vitaminas para cada segmento de la población. En el caso de la carne y, sobre todo de los productos procesados, se han sacado algunos productos bajos en sal o en grasas desde la perspectiva de la salud, pero quizá no con la intensidad y en toda la gama de los productos que sería necesario, dado el volumen que oferta el sector.
La OMS, afortunadamente para el sector cárnico, no ha provocado ninguna crisis con sus alarmas. Pero ha supuesto o debería suponer un toque de atención al conjunto de la industria alimentaria para que la oferta de productos saludables sea el norte de sus políticas de futuro. Porque, situaciones de riesgos provocadas por estudios como el pasado, con la salud como eje, pueden ser habituales en el futuro y vale más ir siempre por delante.