La solidaridad y el futuro de todos está en seguir profundizando en nuestras ventajas y oportunidades y al tiempo en buscar y aportar soluciones a aquellos hambrientos del mundo cuya suerte es bien diferente de la nuestra. Seamos solidarios y busquemos las fórmulas para ayudarles a salir de esa trampa mortal que es el hambre.
Retrocedemos en la lucha contra el hambre. Por Jaime Lamo de Espinosa
Por JAIME LAMO DE ESPINOSA, director de Vida Rural.
Querido lector:
En estas fechas, desde hace ya años, mi carta tiene una referencia obligada, que viene marcada por la FAO desde que en 1979, con ocasión de la XX Conferencia General, conferencia que tuve el honor de presidir, aprobamos que cada 16 de octubre –fecha que recuerda la creación de FAO y que a partir de ese día se conmemora siempre bajo la fórmula de Día Mundial de la Alimentación– el mundo dedicaría esa jornada a reflexionar sobre el hambre en el planeta, sobre los millones de malnutridos, sobre si la evolución de ese problema se comporta adecuadamente o no y cuáles deben ser las nuevas fórmulas a implantar para conseguir una población sin hambre.
En aquel año el Papa Juan Pablo II visitó la FAO y tuve el honor de recibirle. Pronunció un discurso memorable. Ahora, también este 16 de octubre, el Papa Francisco ha acudido a FAO y ha tratado el tema del hambre con rigor y profundidad.
La cuestión no es nada fácil porque, cada año de este nuevo siglo, vemos crecer el número de habitantes del planeta y al tiempo vemos reducirse el número de hectáreas cultivadas y el volumen de agua per cápita susceptible de ser utilizada para riego. Además muchas hectáreas cultivadas, que antes producían alimentos, hoy se consagran a biocombustibles, a bioenergías, detrayendo así la producción de calorías biológicas para la alimentación.
Si a ello añadimos que el cambio climático está introduciendo fuertes sequías con cada vez más altas temperaturas, la conclusión es bien fácil de deducir: no avanzamos, sino que retrocedemos en la lucha contra el hambre.
El último agosto ha sido, en el mundo, el tercero más caluroso desde que hay registros de temperatura (1880) (NOAA). Y llevamos ya 392 meses consecutivos constatando temperaturas por encima de la media histórica. Esto son datos. Datos que los vemos en España en nuestra vida cotidiana, comprobando cómo pasan las semanas de octubre, incluso, con temperaturas propias de verano, cómo se adelantan las fechas de recolección y cómo la ausencia de lluvias, que es otro hecho palpable, está agostando los niveles de nuestros embalses. Todo ello también tiene que ver con el hambre aunque nosotros, afortunadamente, en nuestro país no suframos de ese flagelo.
Un reciente informe de FAO nos dice que el hambre ha aumentado por primera vez en los últimos quince años, que más de 815 millones de personas padecen hambre y esta es una población casi igual a la suma de los habitantes de la UE y de EE.UU. El número de hambrientos oficiales, lejos de disminuir, crece por primera vez desde el año 2003.
Y esos hambrientos, esos subnutridos, los encontramos de una parte, en territorios como Sudán del Sur, Yemen, Somalia, Nigeria, etc., donde la agricultura es muy frágil, donde las sequías o, a veces, inundaciones, afectan duramente a la población y donde esas poblaciones viven del territorio donde se asientan. Son sus hectáreas y sus animales los que les aportan in situ las calorías y las proteínas necesarias. Si la sequía o la guerra les obligan a desplazarse, pierden su base alimentaria en su totalidad.
Pero a estas personas afectadas por sequías y por guerras hay que añadir los hambrientos urbanos, aquellos que viven en nuestras grandes ciudades, aquellos que nos cruzamos en la calle o en un callejón, buscando en los contenedores de basura restos de comida que les permitan paliar el hambre de esa noche o de ese día.
La población no va a dejar de crecer pues las tasas de fertilidad marcan una senda a la que el hambre no es capaz de poner fin. Las profecías de Malthus no se cumplen. Debemos, desde la ciencia y desde la política, ser capaces de frenar este proceso y lograr un estado de salud suficiente con los alimentos que hoy se producen.
Se escribe constantemente que el mundo obtiene hoy cosechas y alimentos suficientes para los 7.000-7.500 millones de habitantes existentes. Se añade siempre que es un problema de mala distribución y que los alimentos no llegan a aquellos que los necesitan. Pero esto de algún modo es una utopía. Cualquier bien consumible, que examinemos, se reparte irregularmente en el planeta y son muchos los que no los consiguen. Lo mismo pasa con los alimentos, porque, además, determinadas formas de vida implican que no pueden depender de una buena logística de la distribución alimentaria sino de las tierras, de la áreas agrícolas o de los pastos próximos sobre los que se asientan. En muchas ocasiones guerras tribales o de más amplia entidad les obligan a desplazarse y perder la bases agrarias que garantizaban su sustento.
Hoy, en consecuencia, la inseguridad alimentaria o nutricional es un hecho. Frente a ello la ciencia y la política, como ya he indicado antes, deben trabajar de la mano para su erradicación definitiva. Tenemos que conseguir que el Día Mundial de la Alimentación sea eso, de la alimentación, no de la desnutrición. Y para ello la FAO debe convocar a las naciones del mundo para no perder una vez más esta batalla, para no retroceder como nos acaba de ocurrir.
El Papa Francisco nos ha recordado que “frente al aumento de la demanda de alimentos es preciso que los frutos de la tierra estén a disposición de todos” y que “no es lícito sustraer las tierras cultivables a la población, dejando que el land grabbing (acaparamiento de tierras) siga realizando sus intereses, a veces con la complicidad de quien debería defender los intereses del pueblo”.
Puede parecer paradójico que hagamos este relato desde España, una de las naciones más poderosas en materia agraria, donde nuestras exportaciones de frutas y hortalizas, aceite de oliva, vinos y porcino se cuentan entre las más importantes del mundo y donde nuestros regadíos se clasifican entre los más modernizados del planeta. Pero la solidaridad y el futuro de todos está en seguir profundizando en nuestras ventajas y oportunidades y al tiempo en buscar y aportar soluciones a aquellos hambrientos del mundo cuya suerte es bien diferente de la nuestra. Seamos solidarios y busquemos las fórmulas para ayudarles a salir de esa trampa mortal que es el hambre.
Un cordial saludo.