Miguel Blanco, secretario general de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), analiza el trasfondo del histórico proceso de movilizaciones agrarias #AgricultoresAlLímite y su relación con el papel que están jugando agricultores y ganaderos en el actual contexto de Estado de Alarma por la extraordinaria crisis sanitaria.
«Un futuro sostenible con los pies en la tierra». Miguel Blanco, Secretario General de COAG.
Muchos se han preguntado cuáles son las causas por las que los hombres y mujeres del campo han protagonizado un proceso de movilizaciones sin precedentes en la etapa democrática. Desde el 18 de Enero, y durante siete semanas, se han ido sucediendo movilizaciones masivas con tractoradas inéditas en los últimos cuarenta y tres años, llenando las calles y carreteras de este país.
En el recuerdo histórico quedan para siempre las incomparables tractoradas de Febrero y Marzo de 1977. Se extendieron a lo largo de quince días para exigir, además de las propias reivindicaciones agrarias, dignificación, libertades y en definitiva democracia en un país que salía a duras penas de una larga y cruel dictadura.
En la actualidad el sector agrario no ha pretendido hacer historia, aunque también la haya hecho. Ha escenificado una extraordinaria demostración de fuerza, de determinación y de razón.
Aunque vivimos en un contexto de democracia consolidada, los hombres y mujeres del campo han desplegado un profundo sentido de identidad, que tiene mucho que ver con la reivindicación recurrente del respeto a la dignidad y al valor del trabajo en el campo. Y ese respeto pasa por el reconocimiento del carácter estratégico y vital de la actividad agraria, como productores de alimentos y preservadores del medio natural y rural. Agentes de primera línea en la garantía y seguridad alimentarias, en la lucha contra el cambio climático y frente al declive de la España que otros vacían.
Muchos se han preguntado por las causas de semejante efervescencia movilizadora. Son múltiples, pero en esencia, la falta de reconocimiento a toda esa labor, la invisibilidad a la que se pretende someter a la gente del campo, el progresivo desmantelamiento de los servicios básicos esenciales en el medio rural e, incluso, el menosprecio y la criminalización por parte de algunos colectivos extremistas.
Y todo esto se traduce, a nivel práctico, en el hundimiento de los precios y las rentas agrarias, afectando en particular a la agricultura social y profesional, aún mayoritaria.
Las políticas económicas vigentes prefieren los mercados desregulados del “sálvese quien pueda” y toleran el abuso de posición de dominio en la cadena alimentaria. Además, miran para otro lado ante el avance de los monopolios en la cadena de insumos, que disparan los costes de producción agraria. Y, por añadidura, pretenden compensar con unas ayudas menguantes y desequilibradas, vinculadas a múltiples exigencias y que, a la postre, engordan otros bolsillos.
Crisis hasta el hartazgo
Este es el escenario de una crisis acumulada hasta el hartazgo, generando una enorme indignación en el sector, que ve comprometido gravemente su futuro. Y, como consecuencia, se produce el estallido social del campo, pacífico y ordenado, pero contundente.
Una respuesta histórica en la que ha tenido mucho que ver la unidad de acción de las tres organizaciones agrarias. Es cierto que la unidad ha hecho la fuerza para defender la razón.
Esta movilización extraordinaria ya ha tenido consecuencias positivas. Aunque con resultados insuficientes, el Gobierno ha tenido que aprobar algunas medidas que se venían reivindicando. No hay que renunciar a nada.
Las cuatro mesas de negociación abiertas con el Gobierno deben dar resultados palpables pues, de lo contrario, volverán a ponerse en marcha los tractores.
En todo caso, el sector ha conseguido algo tan determinante, como es el reconocimiento y respaldo de la ciudadanía. Nunca se había logrado un consenso tan amplio a favor. Y nunca antes se había alcanzado semejante cobertura mediática, informando como primera noticia sobre los problemas y reivindicaciones del campo.
Ahora la gravísima pandemia del Covid-19 ha dejado atrás todas las demás preocupaciones. Una grave crisis sanitaria que generará una nueva crisis económica. En este preocupante e inesperado contexto, se pone especialmente en valor el carácter estratégico de la actividad agraria. La seguridad y la soberanía alimentarias son una garantía para los ciudadanos y ciudadanas.
La realidad nos ha puesto los pies en la tierra. Sin hombres y mujeres trabajando en el campo, no hay alimentos. Sin alimentación, no hay futuro.