Una agricultura sin agricultores. Por Eduardo Moyano Estrada.
El modelo familiar de agricultura y ganadería vive una época de profundos cambios. Dos sociólogos franceses analizan este fenómeno en Francia, con conclusiones que pueden encajar con la realidad que vive el campo español.
Por Eduardo Moyano Estrada. Profesor de Sociología y catedrático del IESA-CSIC.
Reflexiones a partir del libro de François Purseigle y Bertrand Hervieu “Une agriculture sans agriculteurs” (2022) *
Hace casi treinta años (1993), el sociólogo francés Bertrand Hervieu publicó el libro Les champs du future, en el que analizaba los profundos cambios que estaba comenzando a experimentar la agricultura y el mundo rural francés en la década final del pasado siglo XX (hay versión en español con el título “Los campos del futuro”, publicada en la serie Estudios del MAPA).
Hervieu demostraba, además, que esos cambios estaban socavando las bases del modelo de explotación familiar, que había sido emblema indiscutible de la modernización agraria iniciada en Francia al terminar la II Guerra Mundial y continuada con indudable éxito hasta el final de la década de 1970 (los llamados “treinta gloriosos”).
El análisis de esos cambios, ahora intensificados, es el objetivo central del libro Une agriculture sans agriculteurs (Una agricultura sin agricultores), escrito junto a François Purseigle y publicado hace sólo unos meses por la prestigiosa institución francesa Fundación Nacional de Ciencias Políticas.
Con el subtítulo “Une révolution indicible” (“Una revolución indescriptible”) estos autores quieren señalar que, a pesar de la profundidad y amplitud de esta transformación, es un cambio del que “no se habla” o “del que nadie quiere hablar” en Francia.
Y esto ocurre, afirman, porque el modelo de agricultura familiar sigue dominando la escena política, sindical y cultural, así como el imaginario colectivo de los franceses, aunque todos saben en su fuero interno que muy poco queda ya de ese modelo en la realidad agrícola de Francia. Cada vez están más presentes modelos muy tecnificados, en los que puede percibirse ya “una agricultura sin agricultores”, en la que la agricultura de tipo familiar está en evidente retirada.
Es interesante trasladar este debate a nuestro país, y más de la mano de Hervieu y Purseigle, dos sociólogos que han sido, y continúan siendo, adalides de los modelos agrícolas de base familiar y asentados en el territorio. Uno de ellos (Purseigle) es incluso hijo de pequeños agricultores del Midi, y se le puede ver ayudando a su familia en las tareas de la explotación.
Un contexto de cambios
En su libro analizan los cambios de la agricultura francesa, organizando el análisis en tres grandes secciones:
- cambios socio-demográficos (drástica disminución de la población activa agraria, fuerte envejecimiento de los agricultores, falta de relevo generacional, profunda recomposición interna de las familias rurales, nuevas relaciones entre patrimonio y renta…);
- cambios en las estructuras productivas (reducción del número de explotaciones, aumento de la superficie media, presencia creciente de la agricultura de empresa y de las sociedades jurídicas, externalización de las labores agrícolas, aumento de la especialización productiva, fuertes exigencias de la gran distribución…);
- cambios en la composición social de las poblaciones rurales (presencia de nuevos grupos profesionales, pluralidad y diversidad de intereses, conflictos en torno al uso y gestión del espacio rural, mayor influencia política de los no agricultores en las instituciones locales y supra-locales…)
Como señalan Purseigle y Hervieu, estos cambios tienen lugar en un contexto en el que los agricultores y sus organizaciones profesionales perciben que son poco y mal atendidas las reivindicaciones que han sido su seña de identidad durante décadas (precios justos, reconocimiento social de su actividad, influencia en las decisiones de la política agraria…) sintiéndose por ello ninguneados, cuando no incomprendidos e incluso despreciados.
Este sentimiento de abandono y la sensación de estar viviendo una grave situación de crisis (económica y moral) generan en muchos agricultores situaciones de profundo malestar, que se manifiestan en diversas formas de protesta, y que en algunos países está conduciendo a un aumento de las tasas de suicidio.
Es un malestar acentuado, además, por las demandas de nuevos grupos sociales (ecologistas, consumidores, profesionales no agrarios…), que se sienten legitimados para participar, al mismo nivel que los productores agrícolas, en los debates sobre la gestión de los espacios rurales e incluso sobre el modo de producir alimentos, con el argumento de que la agricultura y el medio rural son asuntos de interés público que no se pueden dejar sólo en manos del sector agrario.
Según Purseigle y Hervieu, es una situación paradójica la que viven los agricultores, una situación en la que la realidad de los hechos choca con los discursos aún dominantes dentro del sector agrario y con las percepciones que aún tienen sobre su actividad. Los autores sintetizan esta situación en seis paradojas.
Las paradojas del cambio
- La paradoja del éxito, que les impide a los agricultores cambiar de sistemas de producción y abrirse a nuevas formas de gestión, atados como están a los modelos productivistas en los que basaron sus expectativas de éxito en los últimos sesenta años y en los que aún siguen confiando para salir de la situación de crisis.
- La paradoja de la movilidad (y deslocalización) de muchas producciones en un mundo agrícola educado en la percepción de la agricultura como una actividad enraizada en el territorio y como eje fundamental de la vida en los pueblos rurales.
- La paradoja de la pérdida de singularidad de la profesión agraria en un sector cuya identidad se había basado precisamente en reivindicarse como una actividad singular y diferente de otras, una actividad basada en la especial relación con los seres vivos (plantas y animales) y orientada a la sagrada misión de producir alimentos para el conjunto de la sociedad.
- La paradoja de la modernización productiva, que ha convertido al antiguo campesino en un agricultor moderno cuyo perfil está ahora más cerca del perfil de empresario, y que se ve obligado a juzgar su actividad más por los resultados económicos que por otro tipo de consideraciones (sociales, culturales…).
- La paradoja de la tecnología, que rompe el tradicional idilio del agricultor con la naturaleza y que aumenta la ambigüedad de su relación con el medio natural; esto hace que su actividad sea cada vez más tecnificada (desnaturalizada) y por tanto menos “singular” y más sometida al veredicto social sobre los efectos de la agricultura en los territorios, el paisaje y el medio ambiente.
- La paradoja de la dependencia de las ayudas públicas y la regulación estatal, que choca con la aspiración de autonomía que ha caracterizado siempre a los agricultores; esto les hace establecer una difícil relación de amor-odio con las entidades encargadas de formular la política agraria tanto a nivel nacional como de la UE (saben que necesitan sus ayudas para subsistir, pero rechazan sus controles y la interferencia que representan en la sagrada autonomía de los productores).
Una agricultura plural y diversificada
A pesar de lo provocador del título de su libro, François Purseigle y Bertrand Hervieu no están anunciando el final de los agricultores, ni pregonando la hegemonía exclusiva de una agricultura sin agricultores.
Lo que pretenden es llamar la atención sobre los cambios producidos actualmente en la agricultura, no sólo francesa, sino a escala europea y mundial, abriendo un horizonte de diversidad y coexistencia entre distintos modelos agrícolas y ganaderos, y también de oportunidad para los que sean capaz de adaptarse al contexto de cambio.
No obstante, estos autores reconocen que cada vez habrá menos espacio para el modelo tradicional de agricultura familiar tal como lo hemos venido conociendo desde hace décadas, un modelo basado en una explotación dirigida por su titular y su cónyuge y apoyada por el trabajo de la familia y/o por personal asalariado.
Desde su punto de vista, coexistirán dos grandes tipos de agricultura (con fórmulas intermedias entre ellos): un tipo de agricultura estará formado por grandes explotaciones tecnificadas, integradas plenamente en los mercados globales y gestionadas con los criterios empresariales que son habituales en el sector industrial. El otro, formado por pequeñas y medianas explotaciones, más vinculadas a los territorios y guiadas según una lógica mixta económica/social/medioambiental (asociadas en ciertos casos a los principios de la agroecología), pero cuya supervivencia dependerá cada vez más de las políticas públicas de apoyo. Entre ambos tipos, planteados como tipos ideales, habrá obviamente modelos intermedios adaptados a la realidad de cada territorio.
Sea como fuere, todo ese proceso convulsiona, en opinión de Purseigle y Hervieu, el mundo agrario y coloca a las organizaciones profesionales y a los responsables políticos ante el espejo de una realidad que poco tiene que ver con la de la agricultura familiar que ha sido su marco de referencia durante varias décadas.
Es una realidad, señalan, a la que paradójicamente el mundo político y sindical, y también el de la investigación científica, han contribuido con su apuesta sin límites por la modernización y la intensificación productiva desde los años 1960.
Purseigle y Hervieu afirman que, si bien el discurso sindical y político sigue impregnado del ideal de la agricultura familiar, lo cierto es que resulta un discurso cada vez más retórico, más difícil de conciliar con los cambios económicos y tecnológicos que se producen a escala global y que tienen su expresión en los problemas reales de los agricultores y en los nuevos modos de gestionar su relación con el territorio y con la producción de alimentos.
Como señalan estos autores, el reto de cómo construir una nueva política agraria que permita, a la vez, la preservación del medio ambiente, el desarrollo de la competitividad y el mantenimiento de la población rural, es de una magnitud formidable, convirtiéndolo en un enorme desafío no sólo para el sector agrario, sino para el conjunto de la sociedad.
Pensando en Francia, pero que podría extenderse al resto de los países de la UE, los autores concluyen afirmando que, si bien la diversidad de los modelos agrarios es uno de los factores más evidentes de la realidad actual, es un hecho que, a su lado, sigue presente en la sociedad francesa la nostalgia por el ideal de un modelo de agricultura familiar que ya no existe.
Purseigle y Hervieu añaden que la persistencia de ese sentimiento de nostalgia sobre un mundo agrícola en trance de desaparecer, no sólo distorsiona la imagen de la agricultura en la opinión pública, sino que es también un obstáculo para que el propio sector agrario construya una visión profesional y política que sea verdaderamente real y que responda a las necesidades actuales de los agricultores y a las múltiples percepciones y demandas de la sociedad.
En definitiva, señalan, se está abriendo un nuevo capítulo en la historia de la agricultura, y para analizarlo es necesario admitir que estamos ante una realidad marcada por varios hechos: la reducción del número de agricultores y de explotaciones; la recomposición de las estructuras familiares agrarias; el desarrollo de la ciencia y la tecnología aplicada en la agricultura; la creciente competencia de los mercados globales…
En ese contexto de cambios, coexisten diversos modelos agrarios, cada uno de ellos con distinta capacidad para afrontar los retos que se le presenta a la agricultura en una sociedad cada vez más exigente respecto a la producción de alimentos y la gestión de los espacios rurales.
*Publicado en «Diariorural.es» el pasado 14 de abril y reproducido ahora en AgroNegocios por cortesía del propio autor.