Las técnicas de agricultura de conservación se presentan como herramientas para alcanzar la sostenibilidad de los sistemas agrícolas. No obstante, la AC puede representar algunos desafíos que desalienten su adopción. Estos problemas, entre otros, contribuyen a la baja adopción de la AC en sistemas de cultivos anuales regados en el Valle del Guadalquivir. Este artículo tiene como objetivo presentar técnicas de conservación de suelo en maíz regado estudiadas a escala comercial y experimental, y su efecto en cultivos, suelo y secuestro de carbono.
Claves para la viabilidad de la agricultura de conservación en la producción de maíz en regadío
Patricio Cid (1,3), Inmaculada Carmona (1,3), Rafael Calleja (2) y Helena Gómez Macpherson (3).
1 Universidad de Córdoba.
2 Asociación Andaluza de Agricultura de Conservación.
3 Instituto de Agricultura Sostenible, Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
La agricultura implica interacciones entre el suelo, el cultivo, otros organismos vivos y las condiciones climáticas, y se afectará al medio ambiente positiva o negativamente dependiendo del modo en que se intervenga en el proceso productivo.
En el Valle del Guadalquivir, los sistemas agrícolas basados en cultivos anuales manejados convencionalmente, es decir, con quema, venta o incorporación de los rastrojos, y la utilización de arados de reja o vertedera combinados con labranzas secundarias, exponen el suelo a la lluvia y la escorrentía, llevando en última instancia a la erosión del suelo. Este riesgo es alto no sólo en los cultivos de secano de la campiña, sino también en los regados que se han expandido a zonas con pendiente gracias al desarrollo de los sistemas de aspersión y goteo.
Dado que la agricultura de conservación (AC) implica la ausencia o reducción de labranzas, la permanencia de rastrojos sobre el suelo y la rotación de cultivos, su implementación es comúnmente vista como una forma de reducir al mínimo los riesgos de erosión del suelo en la producción de alimentos y fibras. Además, la AC puede responder al desafío permanente de aumentar la eficiencia en el uso de insumos y, al mismo tiempo, ofrecer externalidades positivas (también llamadas servicios ecosistémicos) como el secuestro de carbono y la mejora del paisaje.